Algunas veces me gusta caminar junto a las vías de tren de una maqueta. Cuando uno se encuentra dentro de una maqueta, le rodea un paisaje de ensueño, un césped verde y bien cortado, con sus árboles y sus arbustos, al fondo las montañas con un poco de nieve en las cumbres, las estaciones limpias y ordenadas, con bancos y personas que esperan un tren y jefes de estación con el uniforme impecable. Esas personas no se mueven, junto a ellas te sientes más vivo, porque tú puedes respirar y andar, en contraste con su inmovilidad de muñecos. Quizá por eso me gusta estar aquí, en la maqueta, en ese mundo que parece real pero es fantástico por su perfección imposible, para sentirme increíblemente vivo y poder ver las cosas desde un punto de vista distinto, alterado en las proporciones del espacio y el tiempo. Cuando uno mira a su alrededor en la maqueta, todo tiene unas proporciones normales, pero al mirar hacia el cielo, no encuentra el sol ni las nubes, sino un techo pintado de blanco y una lámpara descomunal, una habitación enorme que se le viene encima con sus paredes, sus cuadros, sus estanterías llenas de libros, una mesa con sillas y un sofá y gigantes sentados, leyendo o comiendo y alguien manejando el tablero de controles de los trenes con sus manazas. Los que se mueven son ellos, los gigantes, mi mundo diminuto, el mundo a mi escala, está quieto, salvo los trenes que recorren incansables los raíles impulsados por la energía eléctrica que los alimenta. Mi único problema surge cuando quiero coger el tren, echo a andar por el andén hacia ese tren que llega siempre a la hora exacta, las once de la mañana o de la noche, siempre es la misma hora en el reloj de la estación porque sus manecillas no se mueven, el tren se detiene en la estación, yo me acerco a un vagón, e intento abrir la puerta, pero nunca lo consigo y entonces, el gigante aprieta el interruptor y la locomotora se pone en marcha a la hora exacta, las once en punto, veo el tren alejarse por las vías para cruzar el viaducto rumbo a las montañas, va a desaparecer en ese túnel que yo nunca atravesaré, nunca, porque jamás podré abrir esa puerta y subir al vagón.
El gigante que juega con el tren es mi hermano y hoy ha traído a su novia a comer y le está enseñando orgulloso su maqueta. Su maqueta es perfecta, en ella todo es armonía, todo está dirigido con sus manos, un mundo donde él es el rey; él decide cuándo pasa este tren o el otro, cuándo lo desvía en aquel cruce de vías hacia la derecha o hacia la izquierda. Puede provocar un choque de trenes pero nunca lo hace, en el último momento los hace tomar caminos de hierro divergentes. Mi hermano siempre ha pretendido dominarlo todo, y lo consigue casi siempre, solo me siento libre cuando estoy dentro de su maqueta, por ella me paseo sin que pueda controlarme, no puede detenerme ni hacerme andar más deprisa o más despacio. Soy la única imperfección de su maqueta, como ese grano que de vez en cuando le sale en su nariz afeando su rostro, solo que el grano se lo ve cada día en el espejo y yo aquí, en la maqueta, paso desapercibido, pues cuando él me mira me quedo inmóvil y parezco una de sus figuritas. Su novia también es perfecta y me gustaría tenerla aquí, a mi lado, en la maqueta y pasear con ella por ese parque junto a la estación o más lejos, internarnos en el bosque de abetos y darnos un chapuzón en el río. Estoy seguro de que si pudiera traerla aquí, si pudiera llevarla de la mano y enseñarle esta maqueta desde dentro, conseguiría que se enamorara de mí y que mandase al cuerno a mi hermano. Por eso me tiro al suelo y ruedo, ruedo hasta las vías, el tren está a punto de pasar, no intento suicidarme, solo llamar su atención, sé que corro un gran riesgo, ya estoy con mi cuerpo cruzado sobre la vía, veo de reojo el tren que se acerca, no voy a levantarme, cada vez está más cerca, siento su vibración, el tren me arrollará si alguien no hace algo…
La novia de mi hermano grita "¡Hay un hombre en la vía, para el tren!"
Pero mi hermano sonríe con maliciosa mirada, "Va a producirse un lamentable accidente...".
En el último instante, ella lanza sus dedos índice y pulgar en pinza y me recoge con ellos. En el último instante. Mi salvadora, ¡buf!
Me pone en la palma de su mano y me mira. Yo me veo en el espejo de sus ojos negros, que también reflejan la maqueta.
"Esta figurita lleva ropa moderna, va de vaqueros y camiseta, no como los otros… Me resulta familiar…"
Yo sonrío, mi hermano no la escucha, está haciendo que su tren atraviese las montañas.
"¡Anda, si se parece a tu hermano!"
Me ha reconocido y son esas palabras las que me transportan al interior de la maqueta que se refleja en sus ojos negros, y aferrándome a la punta de su dedo con mi diminuta mano, la arrastro también a ella dentro de esa maqueta.
Estamos juntos paseando por el bosque de abetos, de la mano. Vemos a mi hermano sobre nosotros, detiene el tren en la estación, a las once en punto de la mañana, y vuelve su cabeza hacia atrás:
"Marisa, ¿dónde te has metido?"
1 comentario:
Como te escribi ayer pero no se registró, me apena no ser ya un infante para poder, con la imaginación, meterme en ese mundo de maqueta. Un cuento muy bonito. Lamberto
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