jueves, 10 de abril de 2014

Búscame en los puentes



Fotografía de Pedro Rovira Tolosana


—Búscame en los puente, me dijo por el móvil, sin darme más pistas.
—¿En los puentes? ¿Pero en qué puente? ¡Que esta ciudad tiene ocho puentes!!!
—Tú búscame y me encontrarás, como en Rayuela, ¿te acuerdas? —y colgó sin más explicaciones.

Sería como en Rayuela, salir a buscarla, al encuentro de los cuerpos y de los labios que susurran palabras al oído, a cazar en las esquinas besos robados al crepúsculo… Si hubiera pensado cual sería el puente que ella elegiría, me habría dirigido al de piedra, el más romántico, el puente de los enamorados, porque nosotros éramos enamorados clásicos, de los de antes, no necesitábamos un puente donde enganchar un candado con nuestras iniciales como los jovenzuelos de ahora, los clásicos preferíamos la belleza austera de la piedra que cargaba con siglos de historia y esa rugosidad áspera que nos gustaba acariciar con nuestras manos posadas en el pretil, y el ambiente dulcemente amarillo de las farolas bañándonos con su luz. Pero para jugar a encontrarse no había que pensar, sino dejarse llevar por los pies libres y andarines, por eso crucé el puente de Santiago, con pasos titubeantes por la ansiedad de no verla, pero con la confianza de que a ella le gustaba perderse para encontrarse y yo debía ser también un vagabundo que husmeara por instinto sus pasos, y ascendí por la margen izquierda, hacia la expo, pero si nunca hemos ido juntos a la expo, me dije, y cuando caí en la cuenta de mi error, ya era demasiado tarde y el  atardecer sonrojaba el lecho del río como coloretes ingenuos en el rostro de una joven que se maquilla con algodones rosas, y el vestido del río bajaba teñido de un azul oscuro, con pliegues de olas suaves; yo me sentía también azul, como ese azul de los ingleses que habla de tristeza, pero esa tristeza que viene de dentro, con un sabor dulce, con la añoranza de lo que una vez existió pero se escapó de nuestros dedos y que también guarda en su oscura tonalidad una pizca de esperanza, y en aquel paisaje mágico adiviné una sombra escurridiza bajo el lanzón, atrapada por los tirantes del puente y sin creer que fuera ella, pero deseándolo, corrí a cruzar la pasarela solitaria —esta comenzó a temblar bajo mis pisadas—, la figura permaneció parada, esperándome en el centro, y, tras la rayuela de cristales sucios —sin números, sin piedra, atiborrados de grafitis— se encontraron nuestros labios, diluidos en la galaxia de la ciudad recién encendida.

6 comentarios:

jesus angel dijo...

Hermoso

puri.menaya dijo...

Gracias, Jesús Angel, besos y buenas noches

montesinadas dijo...

Hola Puri, bien conseguida la trayectoria de la narración hasta el beso final de final feliz. La duda de los puentes, se encontrarán o no, el pensamiento interno constante y por fin ahí están. Juntos otra vez.
Abrazos

Javier dijo...

Muy bonito, al igual que la foto de Pedro. Enhorabuena

Ángeles Sánchez dijo...

" Ese azul de los ingleses que habla de tristezas" qué imagen Puri, bella como la foto. Tenemos tantos puentes aquí esta ciudad de vientos...que una a veces ya no sabe si va o vuelve, no es de extrañar las dudas del protagonista, porque aquí se nos despeinan las certezas ;-)

Besos

puri.menaya dijo...

Manuel, final feliz como en las películas de Hollywood ;)

Javier, gracias, primero vino el cuento, luego buscamos la foto, y sí, había una adecuada para la historia.

Angeles, me alegro de verte por aquí, a ver si nos encontramos en uno de esos puentes ;)