domingo, 11 de agosto de 2013

Las tres mosqueteras ciegas


En la residencia, las tres abuelas ciegas se sientan juntas después de la siesta, las une esa capacidad de ver el mundo sin necesidad de ojos. Gloria sabe que Matías acaba de pasar, aunque eso no tiene mérito: ese tufillo rancio mezclado con aroma de farmacia lo puede reconocer cualquiera; sin embargo hay que reconocer que es una experta en adivinar qué habrá de cena por el olor que llega de la cocina, a pesar de que los demás residentes afirman que aquí todas las comidas huelen igual. Claudia distingue de qué país procede un vestido palpando con los dedos pulgar e índice un pedazo de tela y todos se asombran cuando comprueban su acierto al leer en la etiqueta el made in. El sentido del gusto es lo que más desarrolló Montse, que entre sus batallitas cuenta con picardía cómo distinguía a sus amantes gemelos por el sabor de sus besos.

Suelen organizar protestas frente al despacho de la directora, quejándose de que siempre les sirven panga en vez de merluza, de las tortillas de huevina y de la escasez de carne en los menús. La última vez que se las encontró en el pasillo, con sus pancartas, la directora les echó una mirada furibunda y exclamó: "¡Os voy a dar carne yo a vosotras!” y cerró de un portazo su puerta.

Los demás ancianos las llamaban las tres mosqueteras, una para todas y todas para una, hasta que murió Gloria, de repente, hace dos días. Sin embargo, sus dos amigas aseguran que sigue presente entre ellas, le dejan sitio entre las dos en el sofá que siempre ocupaban, le hablan y aguardan a que conteste, y continúan la conversación como si estuviera allí. Mantienen una silla libre en el comedor, junto a ellas, con su cubierto vacío, “Ahora ya no tiene hambre, pobrecita”, lamentan compungidas. Los cuidadores se mofan de su locura y ellas responden muy dignas que solo las personas ciegas pueden ver y oír a los espíritus.

A la hora de la cena, Montse asegura que la sopa de pollo sabe a violetas, igual que el perfume que usaba Gloria, y al poco, Claudia extrae de su lengua, con los dedos índice y pulgar, un cabello. Lo restriega entre sus dedos y, brotan lágrimas en sus ojos, convencida de que se trata de una cana teñida de rubio de su amiga. Ambas ancianas apartan el plato de sopa y no prueban bocado esa noche, aunque el resto de los residentes rebañan el segundo plato y aseguran que el estofado, huesudo y de carne seca, está delicioso. 


* * *

Este relato ha surgido hace poco, una mezcla de la idea de un viernes creativo propuesto por Fernando Vicente en el bic naranja aquí, y un homenaje a los viejitos de la audioantología de viejos que ha propuesto Pablo Gonz aquí. Llegué tarde a la propuesta de Fernando, pero me gustó ese título tan sugerente de las abuelas ciegas y tarde o temprano tenía que escribir algo sobre ello.

2 comentarios:

Yashira dijo...

Pues qué bien que lo hicieras Puri, te quedó genial. Aunque reconozco que me deja un mal sabor de boca.

Saludos Y fuerte abrazo.

puri.menaya dijo...

Gracias YAshira. No deja muy buen sabor, no, pero no todas las historias tienen un final feliz.