El día de todos los Santos merece un poco de literatura inquietante.
Pablo Garcinuño ha llevado a la Cadena Ser de Ávila tres micros terroríficos de
Ana Vidal,
Mar Glez y de una servidora. Podéis oírlo aquí:
El micro que ha leído mío, preparado para la ocasión se titula Recuerdos.
Recuerdos
Bajo tan deprisa las últimas
escaleras del metro que termino rodando en el último tramo y entre jadeos
alcanzo el andén. Nadie me ha seguido, estoy solo. El tren efectúa su entrada,
se detiene ante mí, consigo abrir la puerta y me meto en él. El vagón está
lleno de pies, solo pies y piernas mutilados me rodean, unos sentados, los más
ágiles encaramados en la barra superior, otros enroscados en las barras
verticales para sujetarse mejor, pero la mayoría conservan perfectamente el
equilibrio sobre sus zapatos. Las puertas se cierran tras de mí y el convoy
arranca, unos pies se balancean, algunos aún gotean sangre fresca; zapatos de
tacón y medias de seda, mocasines sucios, me alegro al ver unas zapatillas de
tenis, pero no, esas no son; los miro con aprensión, tengo miedo, sería
horrible equivocarme. Sé que no pueden verme, pero he de reptar junto a ellos
con cuidado de no rozarlos para que no me descubran, podrían saltar sobre mí y
obligarme a que los recoja, por eso avanzo deprisa, paso con asco, casi sin respirar,
entre las extremidades amputadas, ¿y si me confundí de tren? Observo los
vagones que culebrean hasta el infinito y rezo para encontrarlos pronto
mientras voy dejando atrás pies que sufren de varices, pies aburridos de niño
que se rascan la pantorrilla, pies de bota militar que amenazan pisarme, pies
seductores de piernas estilizadas que me dan la espalda. ¿Dónde estáis
malditos? Tengo que seguir avanzando entre miembros y más miembros de
desconocidos, y entonces me parece verlos acercarse a la puerta en el siguiente
vagón, no pueden bajarse sin mí y me arrastro como puedo hacia ellos, pero son
rápidos, cuentan con la ventaja de mis zapatillas de deporte; me abalanzo en
plancha sobre las piernas, para que no escapen; sí, son ellos, por fin he
encontrado mis pies. Los beso, beso su sangre seca, los recojo tomando los
cordones de las zapatillas entre los dientes, pero en ese momento me asalta la
misma duda de siempre: no recuerdo cuál fue la estación del accidente, esa en
la que debemos bajarnos para encontrar mis brazos, los que volverán a unirnos
de nuevo.