Había una vez un escritor que comenzaba historias pero nunca las terminaba. Las palabras se encarrilaban armoniosamente en sus inicios pero con el transcurso de la narración, el argumento iba perdiendo fuerza e interés; entonces surgía una idea nueva, personajes más atractivos y otro comienzo prometedor. Los personajes de las historias inconclusas se quedaban paralizados en acciones suspendidas en el aire, como si se hubiera detenido el tiempo. Aquella colección de estatuas crecía en sus papeles, era un bosque pétreo de personajes olvidados, de marionetas que nadie quería dirigir. Un día, mientras comenzaba una nueva historia, las estatuas cobraron vida y lo rodearon; se aproximaron hacia él en círculos concéntricos, con aire amenazador; los conocía bien a todos, él los había creado y abandonado.
La prostituta le besó en la mejilla y le guiñó un ojo:
—¿Ya no te acuerdas de mí?
La enfermera le puso el termómetro mientras decía:
—No tienes aspecto de estar tan enfermo como para no escribirnos…
El trapecista se balanceaba en su trapecio sobre su cabeza; lo asió por los brazos con sus manos y tras columpiarlo, lo arrojó sobre sus personajes. Ellos lo zarandearon como un pelele mientras sus miles de voces le exigían una continuación de sus historias. Cuando lo dejaron caer al suelo, el vaquero le apuntó con el revolver:
—Levántate —gritó amenazador.
—Sabes que no puedes matarme, porque sin mí desapareceréis para siempre —replicó el escritor.
—Ya hemos desaparecido, nos has creado y nos has abandonado, sin darnos algo por lo que pelear, algo por lo que vivir. No queremos matarte. Solo impediremos que salgas de este mundo que has creado con tus palabras. Tendrás que permanecer con nosotros todos tus días y tus noches, movernos, hacernos hablar, actuar… No tienes derecho a vivir una vida si a nosotros solo nos otorgaste una existencia a medias. Mientras vivas aquí, nosotros viviremos. Mientras nosotros vivamos, tú vivirás.
El escritor fue condenado a recorrer eternamente el laberinto de sus historias. Sin poder salir de él, sin poder vivir de verdad, sin poder morir. Hasta que el último de sus personajes hubiera recibido la historia que merecía.
7 comentarios:
Puri, si a mí me sucediera algo parecido seguro que mis personajes me encerrarían para que no les molestará más. ¡Cuantas historias se quedan en el cajón, sin un final! Aunque a veces, un poquito de aquí y otro poquito de allí, pueden servir.
Me gustó esta historia, ¿real?
Abrazos.
Lo he visto todo, sólo me han faltado las palomitas. Esa idea, la de los personajes que acorralan al escritor es estupenda, yo también la he usado. Me gusta mucho esa condena y el relato, claro.
Un beso
Cómo me suena esto, lo malo es que muchos de mis incompletos son unos psicópatas, y me parece que lo tengo claro.
Me ha gustado, Puri, yo también lo he encontrado muy cinematográfico.
Besitos
Nunca pensamos en esos personajes que se quedan a medias, esos textos incompletos. Me ha gustado mucho la historia Puri. Un beso.
Qué bueno Puri. Qué genialidad en tan poco espacio. Un lujo de personajes y de historia.
Gracias, un beso.
Gracias por vuestros comentarios, todos tenemos personajes olvidados por ahí.
Aunque también creo que el iniciar una historia es a veces como ponerla a prueba para ver si sincretiza con lo que tenemos para contar. No todo lo que iniciamos nos convence de terminarlo, y queda ahí en el cajón de las posibilidades,
Por otra parte a veces se llegan a dar buenos comienzos en lo que escribimos , y creo que no hay que descartar la posibilidad de publicar buenas piezas inconclusas y darle el servicio a quienes sientan que la pieza les pueda interesar para ellos completarla.
Y si implica ganancias un justo pocentaje al amigo . ¿Porqué no?
Publicar un comentario