lunes, 5 de diciembre de 2011

Otoño sin cierzo

Este otoño la oprimía. Había llegado como una prolongación del verano, caluroso y desconcertante. Parecía una primavera fuera de lugar, pero sin lluvias. Con tímidas flores, que engañadas por la buena temperatura, brotaban en las macetas, en los jardines, en las rendijas de las baldosas. Con una luz tristona en los atardeceres, pero sin frío en el rostro. Por la noche, bajo la manta, sudaba. ¿Cuándo había sudado en las noches de noviembre? Llegaron por fin las nieblas matutinas, pero sólo para confundirla de nuevo, para obligarla a replegarse en sí misma un vez más. La niebla deformaba la visión de la realidad, le daba un toque misterioso, cuando simplemente era un velo delante de los ojos que le hacía ver fantasmas donde no había más que miserias cotidianas.
Necesitaba un cambio, una ráfaga de cierzo frío que se llevara los sentimientos viejos y enquistados, que le mostrara que el mundo seguía vivo y cambiante, que no se estancaba en nostalgias de veranillos falsos. Una lluvia que le hiciera soltar sus tristezas y arrastrara todas aquellas hojas secas que se aferraban a su cuerpo y que en vez de estrujarse bajo sus pies hacían crujir a su corazón como un reloj averiado.
Sus hojas marchitas deberían desprenderse y mezclarse con la humedad de la lluvia para convertir su camino en una alfombra mullida, en la que sus pies avanzasen hundiéndose levemente y rebotando en cada pisada. El olor a tierra mojada, a humus fresco, le inundaría los pulmones, despertándole el cerebro. Pero no podía quedarse ahí parada esperando como siempre que llegasen el cierzo y la lluvia para ayudarla. Esta vez, el cierzo debía ser ella.
Ante la ventana, sopló desde muy adentro para limpiar el interior de sí misma. El primer soplido desgarró la niebla, y permitió el paso de algunos tímidos rayos de sol. El sol calentó sus ánimos y le dio fuerzas para continuar soplando. No era fácil hacer caer las propias hojas, que se incrustaban en su corazón caliente. Sopló más y más, creyó que iba a quedarse sin aire. Su cabeza comenzó a dar vueltas en el interior del huracán. Una lluvia cayó de sus ojos y arrastró la primera hoja, que aterrizó a sus pies. La recogió y le sopló de nuevo, la vio planear con gotitas brillantes bajo el sol. Cuando se quedara por fin tan desnuda como los árboles del bosque, estaría preparada para resistir cualquier invierno, frío, caluroso o tormentoso. No era fácil, pero lo conseguiría.

2 comentarios:

Luisa Hurtado González dijo...

Muchas veces con la simple determinación basta para vivir la vida como la vida se merece, como uno mismo ha de vivirla.
Tu micro habla de esa determinación o decisión que yo sólo puedo ver como un éxito. Y eso me gusta.
Un beso.

Elysa dijo...

Es interesante y optimista la manera que cuentas los deseos de cambio y renovación de esta mujer.
Me gusta mucho, tu micro tiene la misma cadencia que ese cierzo reparador.

Besitos