Frido era un gato muy fino,
distinguido y señorial,
la elegancia de un minino,
parecía una postal.
Las uñas quería tener
afiladas a más no poder.
Arañaba y arañaba
la madera en su rincón.
Y que no se estropearan,
era su gran preocupación.
Por eso usaba guantes,
pues era muy elegante.
Guantes blancos por el día
cuando salía a pasear,
guantes negros por la noche,
si con la luna iba a bailar.
Usaba guantes de goma
para fregar la vajilla.
Usaba guantes de seda
para limpiar su mejilla.
Con las patitas enguantadas,
protegidas, bien mimadas,
saltaba sin hacer ruido,
muy valiente y decidido.
Solo una cosa no podía
hacer con guantes jamás;
todo el mundo lo sabía
y él lo sabía aún más...
Pero un día se olvidó
y los guantes no se quitó.
Un ratón vio pasar
y se lanzó a cazar.
Sus patas resbalaron
sobre la piel del ratón,
los guantes se rompieron
sin conseguir ni un mechón...
Porque gato con guantes no caza...
¡No caza ni un melón!
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