Luego, si se fijan, acaban
arrancando esa hilacha del pantalón, porque cuando dejan los hilvanes, la
patrona se enfada. Los arrojan a un cesto de hilos y retales estampados en el
que la mirada de Dhurjati, entre puntada y puntada, navega por mares que bañan
islas con palmeras hawaianas. Al desatender la labor, se pincha un dedo, y su
sangre mancha el tejido; sabe que se lo descontarán de la paga. Patalea furiosa
la máquina de coser, al unísono con otros miles de pies; un temblor recorre el
cochambroso edificio, acompañado de un rugido como de tigre y Dhurjati pierde
el suelo firme. Apenas puede aferrarse al jirón de palmeras y, durante los tres
días que permanecerá sepultada entre escombros, logrará sobrevivir hilvanando
ese sueño de paraíso.
* * *
El último REC hilvanado con hilachas, en recuerdo del desastre de Bangladesh