domingo, 15 de agosto de 2010

Pedazo de cielo

Era una mujer que tenía
un cuento para cada noche
y cada noche en un cuento.

Viajábamos en sus palabras
como sobre aves del paraíso
hacia la luna de la madrugada,
hacia el sol del amanecer.

Podíamos permanecer despiertos,
toda la noche,
escuchándola.

Y sus historias eran noches
y sus noches eran historias
negras y misteriosas.

Había una vez un pedazo de cielo
que cayó en las manos de un niño.
Tenía estrellas y un jirón de nube.

Las estrellas se reían
con un titilar de escalofrío.
La nube les hacía cosquillas
con sus hilos vaporosos.

Guardó el niño el pedazo de cielo
debajo de su almohada
y se durmió contando las estrellas
en la madrugada.

Al despertar buscó su cielo
bajo la almohada
y encontró un azul claro,
con una nube blanca y hermosa.

¿Dónde están mis estrellas?
- protestó.
 
Miró al cielo.
Nubes de algodón y rayos de sol.
Vencejos volando, gritando.
Y un agujero en el cielo,
con la misma forma
que el pedazo de cielo
que tenía en sus manos.

Metió el pedazo de cielo
en su mochila
para ir al colegio.

Y cuando salió a la calle
Se sintió ligero, muy ligero,
sus pies no tocaban el suelo:
estaba flotando.

El pedazo de cielo tiraba de él
para volver allá arriba
pero él hacía fuerza, hacia abajo,
para mantenerlo atrapado en su mochila.

Los otros niños creyeron
que se había convertido en un fantasma,
un espíritu que flotaba sobre la calle
por el resplandor que salía de su mochila.

Oyó a los vencejos:
¡Cuidado!
Hay un agujero en el cielo,
no os acerquéis a él o desapareceréis.

El niño pensó
que era muy peligroso
dejar aquel feo agujero en el cielo
por el que cualquier pájaro
podía colarse y desaparecer para siempre.
 
Así que se dejo llevar
por el cielo de su mochila,
hacia arriba.

Cuando estuvo junto al agujero
sacó el pedazo de cielo
de su mochila.

Lo encajó en el puzle,
y cerró aquella ventana al infinito.
Sacó aguja e hilo
y lo cosió con firmes puntadas,
para que no volviera a caer.

Así devolvió a los vencejos
un cielo seguro y completo,
por el que volar libremente,
sin miedo.

Desenrollando el hilo
se dejó caer hasta el suelo.

Había perdido su tesoro de noche y día
pero si miraba al cielo
reconocía su pedazo de cielo,
cosido con sus puntadas.

De día,
aquellas eran sus nubes,
De noche,
aquellas, sus estrellas.

Y si quería tocarlas,
sólo tenía que escalar por el hilo
que colgaba de su pedazo de cielo.

Eso nos contó la cuentista,
sus palabras envolviendo nuestros sueños.
 
Aquella mujer que metía
una noche en cada cuento
y cada cuento en una noche.

Y con un beso en la mejilla,
nos arropó en la cama
y nos dejó en el mundo de los sueños,
hasta la mañana.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me encanta!! es muy dulce e inspirador... me encantó conocerte en Zaragoza :)