domingo, 27 de diciembre de 2009

El gigante de barro



Había llovido mucho y el bosque estaba lleno de barro. El bosque estaba tan lleno de barro, que el pequeño Adrián resbalaba por el estrecho sendero entre los árboles. A Adrián le encantaba chapotear en el barro y al barro le encantaba pegarse a los zapatos de Adrián. Tanto le gustaba pegarse a sus zapatos, que éstos fueron cogiendo una capa de barro tras otra, y otra capa más y otra más, y así fue como a cada paso aumentó el espesor del barro bajo sus zapatos y el pequeño Adrián fue creciendo: primero se elevó como si llevara zapatos de plataforma, después como si llevara zancos, luego los zancos se estiraron hasta que su cabeza se alzó por encima de las copas de los árboles. Podía ver el río, podía ver incluso la ciudad desparramada en el horizonte. Se había convertido en el escurridizo gigante de largas piernas de barro que caminaba por el sendero espantando a los paseantes del domingo. Por primera vez en su vida el pequeño Adrián se sintió grande y poderoso, pero también solo e inseguro. Solo, porque todos al ver su enorme tamaño se alejaban asustados; inseguro, porque aquellas piernas de barro, blando y traicionero, podían desmoronarse en cualquier momento y temía el batacazo que le esperaba desde aquella enorme altura. Así que, haciendo equilibrios para no caer, echó un último vistazo al mundo desde sus zancos de barro. Sí, era muy hermoso tener el mundo a sus pies, pero ya no podía aguantar más, así que se aferró a la rama del árbol más cercano. Limpió sus zapatos despegando aquel barro pringoso con una rama tronchada y cuando se deshizo de sus falsas piernas de gigante, el pequeño Adrián pidió ayuda para bajar, como un gatito asustado y travieso.

1 comentario:

Joha dijo...

me encantan tus cuentos Puri, me ayudan a no perder a la niña en mí. Son maravillosos, me alegra que tanto talento lo dediques a los más pequeños. Saludos desde mi pequeña Costa Rica. Un abrazo a la distancia, Feliz Año.