jueves, 14 de junio de 2007

Ya llega el verano...




Ya se acaba el curso, ya llega el verano. Ya teníamos todos ganas, los niños, los mayores. Por fin ha llegado el calor, aunque demasiado de repente, como siempre ocurre en esta Zaragoza infernal.
Pero con el calor nos iremos a la piscina y comeremos helados y planearemos vacaciones en algún sitio lejos del asfalto.
Me gustaría tener las vacaciones de los niños. No solo porque es mucho tiempo (dos meses y medio, quien los pillara), también porque me gustaría compartirlas con mis hijos. Yo sigo trabajando y ellos están de fiesta, en casa. Me dan envidia. Cuando tenga vacaciones, nos iremos de viaje a algún sitio, sí. Pero no es lo mismo que estar en casa. Como no tengo muchas oportunidades de pasar el tiempo con ellos en casa, hecho de menos poder hacerlo (sueños, que bonitos son).
Algunas madres estarán pensando, pero qué dice esta, con la guerra que dan estos críos.
Sé que si estuviera en casa no dejaría de trabajar (que se lo digan a las amas de casa), pero en verano me gustaría llevar ese otro ritmo de vida, más relajado, más diferente a la rutina del curso escolar.
Me acuerdo cuando era niña y mi madre estaba desando que tuviera vacaciones para irnos a la piscina o adonde fuera. Era pasar a una vida sin horarios, sin las prisas para llevarme al colegio y sin tener que ir a buscarme a una hora fija. Aunque el ir a la piscina también le obligaba a correr por la mañana para dejarlo todo listo (la casa, la comida) y salir pronto para disfrutar del sol y el agua antes de comer.
Me gustaba nadar y bucear. Meter los pies en la orilla de la piscina y patear el agua. Y tumbarme a la sombra.
Salíamos tarde de la piscina, hacia las dos y media y caminábamos arrimándonos a la minúscula sombra que arrojaba el muro de una fábrica hasta la parada del autobús.
Cuando llegábamos a casa, apenas me apetecía comer, del cansancio, del calor. Pero después de la comida se me había pasado ya el sueño. Mi madre me decía que durmiera la siesta, que reposara un poco. Pero eso para mí era perder el tiempo. Así que leía, leía libros mientras mi madre dormía la siesta.
Y comíamos helados. Siempre que salíamos por el centro de la ciudad, a la vuelta caía un delicioso helado de cucurucho, que saboreábamos a lametazos hasta llegar a casa. A mi madre le encantaba el cucurucho, más que el propio helado. A ella le gustaba de turrón (y sigue siendo su preferido); a mí, de fresa (ahora también lo tomó de limón y de yogur o de turrón).
Ha llegado el verano, animaos, id a la piscina. Y comed helados, de vez en cuando.
Y disfrutad del tiempo libre haciendo lo que más os guste: pintar, leer, escribir, jugar, hacer deporte... Todas esas actividades que llenan nuestra vida de imaginación y felicidad.

1 comentario:

david dijo...

Puri
Gracias por tu visita y tu comentario. Ahora estoy organizando mi nueva web e incluiré todas las ilustraciones, para niños y adultos
Saludos y hasta otra