
Esta mañana el
sol entra por la ventana sin cortinas de la habitación del hotel y araña mis
ojos hasta que consigue subir mis parpados. Tú duermes boca abajo y el sol no
parece suponerte un impedimento para dormir, todavía estás más a gusto en ese
barco que navega entre sábanas espumosas y caldeadas por sus rayos. Enseguida
me levanto, no aguanto tumbada en cuanto me despierto, y me acomodo en la
butaca frente a la cama. Me fumo un cigarrillo mientras te contemplo. La
espalda desnuda y aferrado a la almohada como si fuera tu amante. Es gracioso,
anoche me jurabas amor eterno, y acabábamos de conocernos, y ahora ya te vas
con esa. Te veo ahí, dormido e indefenso. Tan inocente como un niño. Como los
otros. El sueño os iguala a todos. Me aparta de vosotros. No me dejáis entrar
en ese íntimo espacio. Y estas sábanas tan blancas de los hoteles, que me sacan
de quicio. ¿Qué pretenden, parecer las nubes donde flotan vuestros sueños? ¿Por
qué nunca os despertáis antes que yo y apagáis esta soledad inmensa con un beso
largo y profundo? ¿Qué esperáis para abrazarme? Pero ya es tarde. Ya tengo en
mis manos el bisturí de diseccionar sueños. Y en las sábanas teñidas de rojo,
encuentro el olor y el sabor de tu sueño.