foto de Pedro Rovira |
A simple vista parecía que aquel día no iba a terminar nunca. Como siempre que estaban juntos, las horas se estiraban para hacerles un hueco donde acurrucarse, amarse, disfrutarse, sentirse. Cada siete años se encontraban, no sabían dónde pero sí el día exacto en que ocurriría. Vagando por la ciudad por los sitios habituales o inhabituales, sus pasos se cruzarían al doblar la esquina o a la sombra del plátano del parque o en la papelería: estaba escrito en sus destinos que sería así. Hoy el reencuentro se había producido en un café de la plaza. Ella había pedido un té, él un capuchino. Siete años más, siete dolores nuevos en los huesos, setenta y siete inviernos a la espalda, setecientas arrugas de vida, pero la misma sonrisa en los labios, con siete dientes menos. Después vendrían siete lagunas sin verse, pero no pensaban en eso, solo disfrutaban de aquel día interminable que el destino les regalaba. Había sido siempre así, desde que se conocieron en el parque a los siete años, pescando ranas en el estanque. Y luego a los catorce, el primer beso en el portal de su casa. A pesar de la elasticidad inagotable de aquel día, ella percibió un amargor excesivo en el té y al añadir azúcar tuvo la certeza de que su decimoprimer encuentro iba a ser el último. No dijo nada, pero él también lo sabía. Cuando al anochecer se dieron el beso de despedida, la luna salió para anunciarles que su tiempo había concluido.
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Relato para el cuarto juego del vendaval de micros. Había que escribir el corazón de un relato que empezara por: A simple vista parecía...
y terminara con: ....su tiempo había concluido.
4 comentarios:
Qué tierno.
Le has sacado un rendimiento estupendo a la propuesta, Puri.
Fernando, están siendo muy sugerentes los juegos del vendaval, seguid proponiendo...
Me parece una maravilla.
Éste me lo guardo en mi cuaderno de cuentos, para releerlo y contarlo 70 veces 7.
Besos de encuentro
NiñoCactus, guárdalo y leélo y cuéntalo cuantas veces quieras.
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