Cada primavera, el valle del
Jerte aparecía cubierto de copos de algodón, etéreos y suaves. Mamá solía
decirme que pronto se convertirían en algodón de feria y sus pelotitas redondas
explotarían en mi boca derramando su jugo fresco y dulce. Ambos esperábamos
junio y sus picotas con ganas, eran la única fruta que me comía sin rechistar. Su
único defecto: que las chicas nos bombardeaban con sus huesos. Por entonces,
ellas solo eran para nosotros un bicho molesto: sus lazos en las coletas no te
dejaban ver la pizarra y en la iglesia
debía cederles el sitio a sus vestiditos de volantes. Adela era distinta;
siempre con pantalones, corría por los campos y trepaba a los cerezos como
cualquiera de nosotros. No por ello le hacía más caso: la llamábamos chicazo y
ella nos sacaba una lengua burlona entre sus pecas. Pero aquel junio, descubrí
sus torneados muslos asomando de su pantalón corto, y de la visión se me
atragantó una cereza. Ella descendió del árbol a auxiliarme con un buen
trancazo en la espalda. Sus pecas fueron los polvos mágicos, la cereza de sus
labios hizo el resto. Desde entonces sus besos fueron mi fruta preferida,
además de las picotas.
* * *
Con este relato participé en el concurso de microcuentos Picota del Jerte. En este enlace podéis ver a los ganadores:
3 comentarios:
Ya decía yo... ¿qué hace Puri escribiendo de las cerezas del Jerte?...pero ¿no era de Zaragoza?...jajá... ¡Qué bueno este relato!, me ha dejado un dulce sabor de boca y me ha parecido una historia muy bien llevada de principio a fin.
Duro competidor ese "Invierno" que se ha llevado el premio en adulto, pero bueno, supongo que habrán recibido tropecientos mil y siempre es muy difícil hacerse un hueco.
Un abrazo Puri, y a seguir escribiendo amiga!.
Exquisito relato Puri.
Queda uno capturado.
Laura, me encantaría conocer el valle del Jerte con su maravillosa floración. Por aquí más cerca tengo las cerezas de Bolea (cerca del castillo de Loarre, no sé si conocerás) que están bueniiísimas y esos cerezos sí que los he tocado, he recogido y saboreado sus frutos.
Carlos, un relato para comérselo, como las picotas...
Abrazos a los dos
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