Alguien le ha robado la nariz a mi caraplato de rizos.
sábado, 16 de septiembre de 2017
viernes, 16 de junio de 2017
Noche de juglares
Otro jueves de
Noche de juglares. Antes de salir, en la ventana unas gotas. ¡Maldita sea, no
va a llover este jueves otra vez! 20 años de noches de poesía y yo sin ir
nunca, voy este junio dos veces y ¿tormenta los dos? No voy a ser tan gafe.
He quedado con
Lucía, compañera del taller de literatura, la voy a buscar a la entrada del
parque, no se conoce esto. Después de varias llamadas y desencuentros
telefónicos nos encontramos y caminamos hasta el rincón junto a la iglesia;
está lleno, parece que no vamos a tener sitio sentadas juntas… justo en ese
momento se levantan dos en una esquina y se marchan, corremos a por las sillas,
¡qué suerte! Corre el aire, se está fresquito, qué gozada con las noches de
bochorno que llevamos toda la semana. Chispeaba alguna gota al venir, pero
aunque entre los pinos se ven las nubes, no va a llover más. No puede lloverle
a Mariano, quiero oír a Mariano Anós, actor, profesor, poeta, pintor.
Mariano nos
recita un poema de Machado “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…”.
Su voz profunda, pausada, nos llega tan directa que sobrecoge. Me gusta mucho
oírle. También declama Mariano versos escritos por él mismo, un poema de su
Fausto, ese diálogo con Mefistófeles (otro actor hace Mefistófeles) en el que
se compromete a ser el nuevo Fausto y a no pronunciar jamás sus palabras:
“¡Detente instante, eres tan bello!”. Leerá también sus versos impregnados de
actualidad: una fila de inmigrantes esperando a tramitar sus papeles en la
comisaría, esas filas largas que se extienden por la calle como la
procesionaria. Fila que se desgrana en los pensamientos de cada uno de esos
seres que recuerdan sus países de origen, cada uno con su historia en la
cabeza, unos adoran el mar, otros lo odian, como esa mujer cuyo esposo fue
tragado por las olas. Ahora su hijo trabaja bajo el agobiante mar de plástico y
le gusta comer sardinas, sardinas del mar. Historias de pasados y ansias de
futuro, esperanzas impresas en unos miserables papeles.
Después declamará
un poema de León Felipe que no conozco, pero la voz de Mariano me dibuja toda
la historia, veo cada estrofa como la secuencia de una película: cierro los
ojos y veo la casa y la mesa y el libro y la ventana y la niña con la cara
aplastada contra el cristal como una estampa. Y el ritmo de la vida que pasa
por esa ventana, el ritmo de la vida y de la muerte, de la niña muerta en su
caja blanca.
Lorca, también
Lorca, para terminar. Siempre Lorca, como decía el taxista amante de la poesía.
Y luego la
delicadeza del dúo “El Mantel de Noa”: Pilar Gonzalez, con su arpa irlandesa y
Miguel Ángel tocando los instrumentos de viento (duduk armenio, flauta, gaitas,
acordeón...). Pilar nos cuenta como introducción a cada canción una breve
historia sobre la melodía, nos habla del porqué del nombre del dúo. Noa es una
niña a la que le encanta leer y que quiere recoger todos los sentimientos y
sensaciones que le provocan las historias de los libros. Olores, sabores,
colores, sonidos, aventuras, amores, todo eso lo guarda en un gran mantel que
va tejiendo con las melodías del mundo. Noa suena y canta sus historias en cada
canción que interpretan Pilar y Miguel Ángel.
Dice Pilar que
ellos solo tienen la música para expresarse y que esta no va tan directa a los
sentimientos como la poesía que hemos escuchado antes, pero yo no soy de la
misma opinión: la música va directa al corazón, no le hacen falta palabras. En
esta noche mágica, bajo los pinos que nos dejan ver las nubes, al refrigerio
suave del viento, hemos escuchado la música de la poesía en la voz de Mariano Anós
y la poesía de la música con Pilar y Miguel Ángel. La delicadeza del arpa nos
deja en suspenso, flotando en el viento, la compañía y los matices del duduk le
dan una profundidad eterna. Miguel sabe como sacar de esa flauta los matices y
los sentimientos que erizan el vello de los brazos. Escuchar el duduk,
instrumento fabricado con madera del árbol del albaricoque, descubrir que
ambos, albaricoque y duduk, son originarios de Armenia, quién iba a saber eso,
que el fruto que me he comido en la cena proviene de un país donde se hace la
música que nos acompaña esta noche.
Esta paz que se
mete bajo la piel, música que balancea nuestros sentidos.
Lucía está
encantada, yo también lo estoy y grabamos algunas canciones para que las oigan
nuestros amigos del taller de literatura. Lucía es una mujer sensible, disfruta
con la música y la poesía, conoce los poemas que escuchamos y se emociona, los
saborea. Adora también el mantel de Noa. Compartir estas cosas que nos gustan
(la poesía, la música y esa macedonia de kiwi y manzana que ha traído porque no
le ha dado tiempo de ir a casa a cenar) hace que las disfrutemos aún más. Lástima
que tenga que irse antes de terminar, estas sillas de la caridad son un
tormento para mi espalda, así que para la suya que está más delicada es
demasiado esfuerzo.
Pedro y yo nos
quedamos hasta el final, aunque yo tenga que madrugar mañana esto no nos lo
vamos a perder, estamos tan a gusto.
Al terminar
charlamos con Mariano Anós, le confieso mi admiración, lo mucho que me ha gustado
oírle a León Felipe. Y deseo poder volver a escucharle más veces, en ese
montaje sobre este poeta que hicieron el año pasado y que espero que repita
algún día.
Una noche muy
especial. Parecía que nos íbamos a asar de calor. Parecía que iba a llover.
Parecía que no podría ser. Y la magia de cuatro personas lo convirtió todo en
un paraíso de música y versos.
jueves, 23 de marzo de 2017
Sonámbulos
![]() |
Imagen de Erik Johansson, Dreamwalking |
Con el tiempo, mi mujer se ha ido acostumbrando a mi sonambulismo, la
convivencia convierte nuestros actos más extraños en aburridas rutinas y ahora,
cuando salgo de la cama, sigue durmiendo. Desde hace algunas noches, he
ampliado el alcance de mis rondas: cojo las llaves, abro la puerta, cruzo el jardín
y entro en la casa vecina. La casa es exactamente igual a la nuestra, pero
igual tanto por fuera como por dentro. En el recibidor, tiene el mismo zapatero
de madera de cerezo, el televisor Samsung, el sillón orejero y el tresillo de
piel del salón son idénticos a los nuestros; la misma reproducción de Picasso
en la pared del pasillo, el despacho, con el ordenador y los folios de la
novela ordenados en el lado izquierdo, donde yo siempre los dejo, la cocina de
muebles blancos y los paños de cocina con gallinas rojas: no hay ni un mínimo
detalle diferente. En el dormitorio, donde reconozco el cabecero de forja y las
mesillas gemelas con unas tulipas que difuminan esa luz cálida que tanto le
agrada a María, encuentro acostados a una pareja; están dormidos, ella es muy hermosa.
Cuando entro, el hombre se levanta y pasa a mi lado sin despertarse. Yo ocupo
su lado de la cama junto a la mujer dormida y me acerco a ella, huele a flor de
azahar. El hombre cruza el pasillo, deja atrás el cuadro de Picasso, entra en
el despacho y lo oigo teclear en el ordenador, la impresora escupe unos cuantos
folios; enciende el televisor pero le aburre enseguida y vuelve a apagarlo.
Camina hasta el recibidor, saca unos zapatos del zapatero, se los calza, sale
por la puerta, recorre el jardín y entra en nuestra casa, cuya puerta yo he
dejado abierta. Entonces la mujer se despierta, me abraza y hacemos el amor
entre sábanas de naranjo.
Me despierto sin saber cómo he vuelto a mi casa de este lado, a mi cama,
junto a mi mujer de siempre. No me atrevo a preguntarle a mi esposa, tampoco quiero
saber. Me levanto y miro por la ventana la casa de enfrente: las persianas
bajadas, el coche aparcado delante de la verja, el césped siempre bien cuidado
y un vacío inmenso, en el jardín y en mis manos: echo de menos su piel de
pétalo. Nunca he visto a nuestros vecinos de día. Durante el desayuno, he
tratado de averiguar algo sobre ellos, pero mi mujer ha contestado que apenas
los conoce, y enseguida ha cambiado de tema. Termino el café en la mesa de mi
despacho, donde encuentro, a la izquierda del teclado y como cada mañana, el
nuevo capítulo impreso de la novela. Y yo no soy escritor.
* * *
Escrito para la propuesta de Ana Vidal en los viernes creativos de el bic naranja., relato inspirado en la fotografía de Erik Johansson
lunes, 30 de enero de 2017
Como una novia

Nunca me
gustaron los vestidos de volantes, mi madre me los ponía los domingos de
vacaciones en el pueblo y yo los odiaba, porque con ellos debía portarme como
una señorita. A mí eso de ser una señorita me parecía un rollo, lo que de verdad me
gustaba era correr contigo hasta el río y convertirnos en piratas, o vivir en
un árbol y ser exploradores de la jungla. Para todo aquello, los volantes eran
un engorro. Además, tenía miedo de que un día esos vestidos acabaran
convirtiéndome en lo que yo más detestaba: una princesa. En la boda de mi prima
estrené otro vestido y todos dijeron que también yo parecía una novia, sin
embargo me sentía como una rana en el salón de baile de un palacio. Pero en el
fondo disfrutaba con los halagos, sobre todo cuando venían de los chicos. Tú
estabas en un rincón mirándome, sin decir palabra. No te atrevías a acercarte y
aquello me mosqueaba. Así que te cogí de la mano y te arrastré hacia el corral.
“Dime la verdad”, te pregunté, “¿a ti te gusto así?”. Y me dijiste: “Yo siempre
seré amigo tuyo, aunque lleves vestido, pero solo me casaré con la chica que se
sube a los árboles”.
* * *
Para la última propuesta de los viernes creativos de Ana Vidal en el bic naranja, inspirado en la foto, pero sin utilizar ni un adjetivo.
miércoles, 24 de agosto de 2016
Inventar una palabra
Y de repente invento una palabra
nueva
y la repito,
y suena tan bien,
que la vuelvo a repetir una y otra
vez,
en susurros,
y cantando
y la silabeo con deleite
y la mezo en suave letanía,
como los niños en la escuela
recitando los ríos de Europa.
Qué delicia paladear nuevas
palabras, por el mero placer de escucharlas; se apoderan de las volutas de mi
cerebro: unas retumban grandiosas, orondas como elefantes; otras suenan chiquitas,
ronroneantes, enrolladas sobre sí mismas.
Luego caigo en la cuenta de que
debería ponerle un significado a esa palabra,
coserle conceptos o acciones o
cualidades que la conviertan en una palabra auténtica,
pero me niego a hacerlo, porque
perdería su perfume de recién nacida,
—de qué llenarla, de arena, de
espuma, de infierno—,
y porque a veces las palabras, como
los amantes,
son más hermosas desnudas y vacías,
se convierten en puro deseo, y así, tan completas en su sonoridad infinita, no
necesitan nada más para abrazarlas.
Sí, solo quiero besar esa palabra, jugar
con ella, palpar la vibración que extiende en el aire de esta noche de verano,
dejarla volar hasta las estrellas; desde allí ella misma me gritará otra vez su
nombre y me devolverá el soplo ingrávido de la creación libre y sin sentido.
sábado, 20 de agosto de 2016
Concurso de viajes, May, la isla de los pájaros
lunes, 9 de mayo de 2016
Reamanecer
![]() |
Fotografía de Pedro Rovira, recorte de la instalación "Como pez en el agua" de Rosa Balaguer |
Hoy reamanecí,
por vigésimo primera vez en este mes. Ha dejado de amanecer, porque cada día es
diferente al anterior, tan nuevo que he de inventar palabras para nombrar las
cosas que me encuentro durante la jornada, todas esas cosas que no existían
ayer. Me he lavado la cara con frescugua y el rosaroma con el que limpié mis
manos bajo el grifo aún permanece entre mis dedos. El único problema es que las
monagas que me cuidan no me entienden y aunque trato de enseñarles las nuevas
palabras, tan útiles para encarar el futuro, ellas se niegan a aprenderlas y se
encochinan en utilizar expresiones antiguas que ya no tienen ningún significado
para mí. Me mantienen encerrada en una blancodía cuyas paredes piden a gritos
que las cubran de esa desnudez aséptica que me hiere los ojos con su resplandor,
que arrebata el calor de mi cuerpo y de mi alma. Pretenden ayudarme con
pastillas, una con el desayuno, otra con la comida, la última me produce un
fundido en negro después de la cena. Odio que asesinen mis sueños, caer en
noches negras y sin fondo.
El otro día las oí decir que no soy peligrosa, que
mi mansedumbre les da un poco de lástima. Lo que no saben es que esas aburridas
píldoras —ni siquiera son de colores— acaban en la taza del escrufidor. Lo que
tampoco saben es que hoy yo también soy otra, hoy mi nombre es Artorigard, y me
siento poderosa, con una fuerza que crece en mi coriflor y me desborda por los
ojos, por la boca, por los oídos. Sí, por mis oídos no entran sus palabras, de
ellos sale una triunfante melodía que es la mejor arma para dominarlas. Danzan
a mi alrededor al ritmo de esa música, temerosas, no saben como abordarme. Mis
ojos también las atemorizan, bajan su mirada para no enfrentarse a ellos.
Cuando me quede sola con una de ellas será el momento de utilizar el tenedor
que llevo escondido en la manga. Con él, una a una, acabaré con todas,
cruzaré el pasillo hasta la ventana y, por fin, volaré en aguilarad.
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