Un aliento cálido acariciando mi oreja, unos labios suaves en el lóbulo, el vello de la nuca que se eriza, un escalofrío que baja por mi espalda, palabras de amor susurradas al oído.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Al oído
Un aliento cálido acariciando mi oreja, unos labios suaves en el lóbulo, el vello de la nuca que se eriza, un escalofrío que baja por mi espalda, palabras de amor susurradas al oído.
sábado, 27 de noviembre de 2010
La tortuga exploradora

Me regalaron una tortuga. La teníamos en una tortuguera redonda de esas que tienen una isla en el centro con una palmera de plástico. En casa pronto nos dimos cuenta de que las tortugas son terriblemente aburridas. Apenas se movía por la tortuguera. Nunca la vimos subirse a la isla. Siempre tenía esa expresión de las tortugas que parece que están tristes, como las muecas de los monigotes: :( Le echábamos la comida de bote, esa especie de minigambas secas, pero ni siquiera a la hora de comer ponía una pizca de entusiasmo. Lo que de verdad le gustaba eran las presas vivas. Mi hermano le cazaba moscas y se las echaba al agua. Era entonces cuando veíamos a la tortuga en acción: mientras la mosca pataleaba en el agua, la tortuga se acercaba nadando, se colocaba debajo de ella, esperaba unos segundos completamente inmóvil, y de repente abría su enorme boca y estirando el cuello, se la tragaba. Comida fresca, qué rica, eso sí que merecía la pena…
En invierno entraba en una especie de letargo, pues su inactividad era todavía más acusada. Eso nos hacía olvidarnos de ella. Y nos olvidábamos tanto que ni siquiera le cambiábamos el agua y mi madre tenía que decirnos que ya era hora de cambiarla, que la pecera apestaba.
Sin embargo, a pesar de su aparente poco interés por el mundo, de vez en cuando nuestra tortuga salía de exploración. Saltaba de su piscina, se tiraba al suelo por el precipicio del mueble del cuarto de estar y se iba a recorrer la casa. Nunca la veíamos saltar, nos acercábamos a la pecera y al verla vacía preguntábamos: ¿dónde está la tortuga? Había que buscarla por toda la casa, todos buscando muy preocupados, mi madre, mis hermanos, podíamos pisarla sin darnos cuenta, moriría de hambre, había miles de peligros para ella, pobrecita. Escudriñábamos todos los rincones del cuarto de estar, pero siempre la encontrábamos fuera de allí, sus excursiones eran largas. Parecía mentira que un bicho tan pequeño y que apenas se movía en la tortuguera pudiera llegar tan lejos. Una vez la encontramos junto a la puerta de casa. ¿Tan mal la tratábamos que quería marcharse? Me daba pena la tortuga. Estoy segura de que su apatía estaba producida por ese encierro en aquella piscina con palmera ridícula.
Tuve un profesor de geografía en el instituto muy serio, las comisuras de la boca se le estiraban hacia abajo, me recordaba a mi tortuga. Con aquella boca de tortuga mi profesor debería haberse apellidado Galápago, pero por misterios de la zoología se llamaba Vicuña.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Elvira Lindo: Lo que me queda por vivir
Me he leído el último libro de Elvira Lindo, Lo que me queda por vivir, y es lo mejor que he leído este año. Es sentimiento puro, cómo un niño salva a su madre en una etapa difícil de su vida. Cómo gracias a él sale adelante. Qué bonita relación, la de la madre con el "hombrecillo" (que es como llama a su hijo), con el que baila en el despacho amarillo. Qué diferente de esa otra relación de dependencia con el hombre del que va a separarse, y con el que vuelve una y otra vez, como una mujer indefensa. Una vuelta también a la infancia en el pueblo, a las relaciones con su padre y con su tía soltera, que había sido la segunda madre de todos los sobrinos, un recuerdo de la muerte de la madre, tan dura. Cómo proteger a un niño, la protege de sí misma, la salva del abismo. Es un libro que nos llega al corazón, de los que hacen llorar.
Aún ahora, después de haber cerrado el libro sigo viendo a la madre con el hombrecillo, bailando en el despacho amarillo, apoyándose el uno en el otro...
Un libro que os recomiendo leer.
Cumpleaños de Pipi Calzaslargas


Me he enterado, gracias a Google, de que hoy es el 65 cumpleaños de Pipi Calzaslargas. Se nos ha vuelto abuelita, Pipi. Pero seguro que es una abuela simpática, de las que se sientan en la mecedora y les cuentan sus aventuras a los nietos, después de una merendola con crepes que se pegan en el techo de la cocina. Nosotros conocimos a Pipi por la serie de televisión. Fue toda una revolución para los niños de nuestra época. Esa libertad que todos añorábamos, el desparpajo con el que se enfrentaba a los adultos. Me gustaba el señor Nilson, que dormía en una cuna de madera. Me gustaba Pequeño Tío, ese caballo blanco con lunares negros que a mí me hubiera encantado también tener en casa (aunque yo lo hubiera preferido de color negro). Todos la envidiábamos. Ella era la niña que no necesitaba a las personas mayores para vivir. Que hablaba por las noches con su madre muerta. Que tenía un padre barrigón, pirata en los mares del sur. Que siempre encontraba cómo divertirse, con su imaginación. Que se burlaba de las señoras que querían meterla en un orfanato. Que consideraba una pérdida de tiempo ir al colegio. Que recogía la mesa haciendo un atillo con el mantel y metiéndolo en un arcón (eso le encantaba a mi madre). Que dormía con la almohada en los pies. Sin quitarse las enormes botas…
No me perdía ni un capítulo. Y mi madre tampoco. En cada capítulo había una sorpresa. Pipi tenía tanta fuerza, que levantaba un caballo con una mano. Pipi podía hacer de algo tan aburrido como la limpieza de su casa un juego divertido: fregaba el suelo patinando con cepillos atados en los pies. Pipi podía volar en un avión hecho por ella y sus amigos, que se movía pedaleando.
Nosotros veíamos a Pipi en blanco y negro, aunque la serie original era en color, pues por aquel entonces no había muchas teles en color en España. Una niña del colegio, que su padre era holandés, tenía televisión en color y las amigas pasábamos alguna tarde a verla. Recuerdo la camiseta del padre de Pipi que cambiaba de verde a color frambuesa, en aquella primera tele en color que veían mis ojos, que o estaba estropeada, o no recibía bien la señal y por eso cambiaba los colores.
Parece mentira que una serie de los países nórdicos llegara hasta nosotros en la España de aquellos tiempos. Y en mi libro de lengua, el mítico Senda, también había un extracto de su libro original, aunque yo entonces no asociaba a esa Pipilota con Pipi Calzaslargas.
Tuve una muñequita de goma blanda, mi querida Pipi, llevaba un pichi rojo (aunque el de la serie era amarillo) y las medias de distinto color, una verde y la otra naranja, con sus coletas pelirrojas tiesas. Le hice una casita de cartón. Jugué mucho con aquella muñeca.
Tengo una asignatura pendiente: leer el libro original de Astrid Lindgren. Y disfrutar otra vez de la imaginación de aquella niña pelirroja, con coletas tiesas y rebelde, tal como la creó su autora.
lunes, 22 de noviembre de 2010
A lo Gregory Peck
Mi padre tenía un amigo que levantaba una sola ceja. Mi madre decía que era igualito a Gregory Peck. Yo trataba de imitarle, pero siempre que lo intentaba, mi otra ceja ascendía también, burlándose de mis esfuerzos con una tozudez insoportable.
Un día me rasuré la ceja derecha con la maquinilla de mi padre. Mi padre gritó al verme: "¿Este niño se ha vuelto loco o qué?". Mi madre exclamó: "¿Qué has hecho, criatura? ¡Podrías haberte cortado!". Yo contemplaba en el espejo, por fin, mi única ceja subiendo y bajando como yo quería.
Un día me rasuré la ceja derecha con la maquinilla de mi padre. Mi padre gritó al verme: "¿Este niño se ha vuelto loco o qué?". Mi madre exclamó: "¿Qué has hecho, criatura? ¡Podrías haberte cortado!". Yo contemplaba en el espejo, por fin, mi única ceja subiendo y bajando como yo quería.
domingo, 21 de noviembre de 2010
Mudanza
Tenía que cambiar de piso. Este ya se le estaba quedando pequeño. Pero le daba pereza. Había que buscar, mirar, remirar y por fin elegir. Pero ya no podía demorarlo más, ya casi no cabía en este. Salió de casa por la mañana, decidido a que hoy lo encontraría. Los rayos de sol acariciaban su espalda, era importante ver a la luz del día su futura casa. Y sí, tras un corto paseo, la encontró: estaba allí, sobre la arena húmeda, las olas la acariciaban una y otra vez. Se enamoró de ella nada más verla. Asomó la cabeza por la puerta y comprobó que no estaba ocupada. Siempre había deseado vivir en un caracol de mar, con esos pinchos tan largos que le daban un aspecto tan exótico, como de casa futurista, y este además tenía unos bonitos colores marrones y beiges. Se metió dentro, y se sentó en el centro de la sala, dejando asomar sus pinzas por la puerta. Hogar, dulce hogar.
(Como a todos los cangrejos ermitaños, le molestaba tener que cambiar de casa al crecer. Sin embargo, esta vez había merecido la pena).
sábado, 20 de noviembre de 2010
Recordando las noches de verano
Agosto, 2010
Las noches de esta semana son muy calurosas, incluso en el chalé. Salimos al jardín después de cenar. Leemos Harry Potter y las reliquias de la muerte a la luz del farol. Mi hijo y yo nos turnamos en la lectura en voz alta, su padre escucha también. El cristal del farol está roto, la luz es débil, es como leer con un candil.
La luna está en el cielo, gorda y redonda y la salamanquesa espera pacientemente su caza junto al otro farol de la pared de la casa. El viejo sauce, medio pelado, atrapa en sus ramas nuestra historia, abrazándola. La luna se engorda cada noche un poco más con nuestras palabras, sonríe con una placidez de estómago lleno. La salamanquesa nos agradece que hagamos más amena su caza sigilosa.
Hemos traído nuestras voces a las noches de este jardín. Cuando volvamos a nuestra casa en la ciudad, el grillo volverá a ser el rey del jardín, con su canto interminable. ¿Nos echarán de menos la luna, el sauce, la salamanquesa?
Salamanquesa
paciente cazadora
bajo el farol.
Escucha nuestros cuentos
en las noches de calor.
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