sábado, 21 de febrero de 2009

Hauscka en Zaragoza

El jueves estuve escuchando a Hauschka, el pianista Volker Bertelmann, en el auditorio Eduardo del Pueyo. Era un trío, iba acompañado por dos violonchelistas. Era la segunda veza que venía a Zaragoza, cuando se presentó nos dijo que había estado actuando en la Expo 2008. Pero para mí fue un gran descubrimiento, doble, primero por el auditorio, en el que no había estado antes, es una sala pequeña, pero muy acogedora, y luego por el músico, del cual tampoco había escuchado nada y salí realmente encantada. Con su piano preparado, Volker consigue unos curiosos sonidos del piano. El piano preparado consiste en un piano de cola alterado por "cosas" que coloca en sus cuerdas. Y las cosas las vimos al final de la audición, cuando en la última obra comenzó a quitarlas del piano mientras tocaba y las iba arrojando detrás de sí, al suelo del escenario. Eran desde un collar de perlas plateadas, cinta aislante pegada, cuñas de madera, una bolsa de piedras de cristal de colores (de esas que se venden en las tiendas de chinos) hasta pelotas de ping pong, pasando por otros objetos irreconocibles. La música buena, repetitiva pero sin cansar y con mucho ritmo y melodía. La melodía iba como creciendo en cada obra, inundando la sala y se te llevaba como en volandas, en algunos finales se cortaba bruscamente y te hacía volver a la sala como de un sueño del que te despiertan de repente, para ponerte a aplaudir con ganas. Las violonchelistas también estupendas.
Y la sorpresa nos asaltó cuando las pelotas de ping pong comenzaron a saltar y las veíamos aparecer como flotando cuando Volker aporreaba el piano… Algo así como magia y música… Ilusión hecha realidad. Por supuesto, compré un CD y él amablemente me lo firmó a la salida, había dicho que estaría afuera para todo el que quisiera preguntarle algo. Una música nueva para seguir escuchando.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Día de la paz, 30 de enero

Hace días que pasó el día de la paz y ni siquiera me di cuenta. El mundo estaba demasiado revuelto en guerras y transcurrió como un día más entre bombas y disparos en el teledairio. Fue el 30 de enero, la semana pasada lo vi en un cartel del colegio de mi hijo. Allí siempre celebran el día de la paz haciendo un acto en el patio del colegio, en el que participan todos los alumnos. Cantan una canción, leen un poema, una reivindicación de paz. Este año, ni siquiera mi hijo comentó nada sobre el día de la paz. Parece que todos estemos suspirando por que de una vez por todas se cumplan esos buenos deseos de paz y que dejen de ser eso: meros buenos deseos. Estamos ya un poco desencantados. Hace unos días escribí yo también algo y aunque ya es un poco tarde, lo dejo aquí ahora:

El día de la paz
pasó volando,
como la paloma,
se fue llorando.

Canciones de paz
en los colegios,
con los bombardeos
como música de fondo.

El mundo estalla
pero a pesar de todo,
juntemos nuestras manos
para abrazar la esperanza.

sábado, 31 de enero de 2009

La sirena (III)

(este cuento comienza en la entrada del domingo, 25 de enero, La sirena (I) )

Pasó una semana, y la sirena seguía en casa de los chicos. No habían podido decirlo a sus amigos del cole, porque papá no quería que la sirena se convirtiera en una atracción de circo y por lo tanto nadie debía saber que la tenían en casa. La sirena debía ser su secreto. Por un lado, eso del secreto estaba bien, pero por otro lado, no poder fanfarronear delante de los otros chicos diciendo que tenías una sirena era una tortura…

De todos modos, un día a Pablo se le escapó en clase lo de la sirena, pero todos los niños se rieron, y por supuesto la maestra también, así que la historia acabó como una broma. No es tan fácil hacer creer a alguien que tienes una sirena, si no puedes enseñarla. La gente es como Santo Tomás, si no lo veo, no lo creo.

El gran problema era su alimentación. Al principio le pusieron pescaditos fritos, pero no tuvieron ningún éxito; los peces crudos le hacían llorar, porque estaban muertos y con los peces vivitos y coleando le gustaba jugar, pero no se los comía. Vegetariana tampoco era, las algas ni las había tocado y cuando le pusieron lechuga y fruta, las tocaba extrañada – no debía de haber visto ninguna antes -, y aunque los niños se comían las frutas delante de ella para animarla, nunca las probó. Así que papá estaba bastante preocupado porque no comía, y cada vez la veía más delgada, consumida.

También la consumía la añoranza del mar, estaba seguro. Todas las mañanas, los niños se iban al colegio y él a trabajar, así que la sirena se pasaba buena parte del día sola en la bañera, y eso evidentemente la ponía aún más triste y papá sufría cuando la encontraba escuchando la caracola de mar, su único consuelo.

A veces papá pensaba que si quitaran el tapón de la bañera, la sirena se escaparía por el desagüe, de tantas ganas como debía tener de estar libre. Quería devolverla al mar, pero pensar en sacarla a la calle le daba miedo, si alguien los veía llevando una sirena, todos querrían hacerse con ella y lo más probable es que acabara encerrada en el acuario del puerto.

Los chicos se bañaban por la tarde con ella. Pero la sirena se quedaba siempre en un rincón, por más que ellos intentaran que participara en sus juegos, nunca lo hacía. Le gustaba verlos, sí, sus ojos brillaban, como si recordara cuando ella jugaba con sus amigos en el mar. Al menos eso pensaba papá, cuando la veía.

Los chicos no podían bañarse con jabón, porque claro, no sabían como le sentaría el jabón a la sirena.

Al final de la semana papá dijo que ya era hora de que se bañaran como es debido, con gel, que luego ya le cambiarían el agua a la sirena.

Los chicos protestaron, porque costaba muchos viajes a la playa llenar la bañera de agua de mar; pero papá insistió, dijo que el agua tenía que cambiarse de vez en cuando y que ellos tenían que bañarse con jabón y que la idea de tener una sirena en la bañera había sido suya, no de él…

Los chicos volvieron a protestar pero entonces papá dijo muy enfadado:

- Además, ya es hora de que la sirena vuelva al mar, ¿no os parece? No podemos tenerla aquí más tiempo, así no puede vivir. Esta noche, cuando todos en el pueblo estén dormidos, la llevaré a la playa y la soltaré en el mar.

Los chicos miraron a su padre, no esperaban que se lo soltara así, tan de sopetón, pero en realidad sabían que papá tenía razón, no había más que mirar a los ojos de la sirena para comprenderlo, así que se desnudaron sin rechistar para darse el último baño con la sirena.

Los chicos se enjabonaron con el gel, les gustaba hacer mucha espuma. La sirena miraba el jabón, y lo tocaba, le recordaba la espuma de mar. Aspiraba su perfume y parecía gustarle. Papá frotó a los chicos con la esponja y Ana le pidió:

- ¡Papá, haznos pompas de jabón! Vamos a darle una buena despedida a la sirena.

Fue así como papá comenzó a hacer pompas, soplando el jabón en su mano con suavidad.

Pompas y más pompas flotaban por todo el baño. La sirena las miraba encandilada, nunca había visto algo tan hermoso. Transparentes y flotantes, delicadas… Trataba de cogerlas con la mano y ¡plof!, explotaban, tocándolas con el dedito también ¡plof! Pero ahí estaba papá haciendo más pompas para sus hijos, para la sirena. Fue la primera vez que vieron a la sirena sonreír.

- ¡Haz más pompas, papá! – decía con alegría Pablo, que por fin veía a la sirena feliz.

- Yo sé lo que le va a gustar a la sirena de verdad – dijo papá.

Papá hizo entonces unas pompas de jabón cada vez más grandes. Los chicos y la sirena reían encantados. Cuando dominó la técnica de las pompas gigantes acercó su puño al rostro de la sirena y le dijo:

- Ésta es para ti.

Sopló a través del hueco de su puño y la burbuja de jabón se hinchó con la sirena dentro. La pompa gigante flotó sobre la bañera con su pasajera, ante los ojos impresionados de sus hijos. Papá sopló para impulsarla, abrió la ventana y la enorme pompa de jabón salió volando por ella.

- Soplad, chicos, soplad, que esta pompa ha de llegar al mar.

Los tres soplaron con fuerza y la pompa voló hacia el mar. Era una noche preciosa, con estrellas. Hacía una suave brisa que ayudó a la burbuja a viajar. La pompa de jabón brillaba con sus reflejos irisados, y también lo hacían los ojos ilusionados de la sirena y su cola plateada, pues cada vez estaba más cerca del mar. Ya oía las olas rompiendo en la playa (mucho mejor que en la caracola de la bañera).

La pompa llegó sobre el mar. Los chicos vieron como la sirena la explotó de un coletazo. Y se zambulló de cabeza en el agua. ¡Qué bien nadaba, saltando sobre la espuma de las olas!

Los chicos aplaudieron contentos:

- ¡Lo ha conseguido!

Papá sintió que su corazón brillaba también. Le lanzó un beso con la mano a la sirena. Abrazó a sus hijos y les dijo:

- Nadie debe vivir encerrado, ni siquiera por amor. Y las sirenas donde deben estar es en el mar.
* * * F I N * * *

jueves, 29 de enero de 2009

La sirena (II)

(este cuento empieza el 25 de enero, aquí)

Alguien entró entonces en casa y olisqueando el ambiente dijo:

- Chicos, ha debido ir bien la pesca hoy, ¿verdad? Huele a pescado toda la casa.

- Papá, no huele a pescado – replicó Ana –, huele a mar. La sirena ha traído el olor del mar…

Papá fue al cuarto de baño y se quedó pasmado cuando vio a aquella chica con cola de pez que, acurrucada en un rincón de la bañera, le miraba con cara de susto.

- ¿De dónde la habéis sacado?

- ¡La hemos pescado, papá, hemos pescado una sirena! – gritó alegre Pablo.

La sirena cada vez estaba más encogida en la bañera, los niños, al fin y al cabo eran pequeños, pero aquel señor era muy grande y tenía mucho pelo alrededor de la boca…

- ¿Es de verdad? – dijo el padre palpando con aprensión aquella cola escamosa, que se escurrió nerviosamente entre sus manos.

- ¿Podemos quedárnosla, papá, podemos quedárnosla? – pidió Pablo

El padre miró a la sirena, asustada y hermosa, muy hermosa, con unos ojos preciosos, y completamente muda, era una sirenita adolescente, si fuera una chica tendría a lo sumo dos o tres años más que su hija. En un instante pasaron por su cabeza todas las historias de sirenas que conocía… Ninguna terminaba bien.

- ¿Cómo vamos a quedarnos una sirena? ¿Dónde la vamos a meter?

- En la bañera estará muy bien – dijo Ana.

- ¿Y donde nos vamos a bañar nosotros?

- Podemos bañarnos con ella – dijo Ana – Así Pablo dejará de una vez su patito de goma...

- ¡Boba, yo ya no me baño con el patito de goma,! – dijo Pablo dándole un codazo a Ana.

- ¿Pero no véis que está muy asustada? No podemos tenerla ahí, en una bañera y fuera del mar.

- Solo tenemos que terminar de llenar la bañera de agua de mar y así estará en su medio… - continuó Ana - Hemos traído cuatro cubos y ha mejorado mucho su aspecto, mira, el pelo ya se le ve más rojo, como antes, ¿verdad, Pablo?

Pablo asintió. Era cierto, el pelo volvía a ser un poquito rojo, seguro que cuando llenaran toda la bañera con agua de mar regresaría su rojo intenso.

- Papá, por fa… - volvió a pedir Pablo

Papá dudaba, era difícil resistirse a las súplicas de sus hijos, ¿cómo no dejarles tener una sirena de mascota…? Pero también era cruel retener a esos ojillos verdes y asustados, que le encogían el corazón. Sin embargo, al final, ganaron sus hijos.

- No sólo habrá que traer agua de mar, necesitará conchas y estrellas de mar y caracolas… Asi se sentirá mejor – dijo por fin.

Tuvieron que hacer varios viajes a la playa para traer más garrafas con agua de mar y conseguir llenar la bañera. Por fin la sirena estuvo cubierta con agua, solo le salía la cabeza fuera. El pelo había recuperado su color rojo atardecer. Sin embargo sus ojos seguían tristes.

- Es que aquí no puede nadar, la pobre – dijo el padre, cuando la vio hundir su cabeza en el agua y dar una vuelta sobre sí misma para volver a sacar la cabeza sin perder su expresión triste.

- Bueno, pero aquí tiene más cosas del mar - dijo Ana y vertió un montón de conchas que guardaba en un cubo y unas cuantas algas que había recogido en la playa, además de un huevo de tiburón.

- Y esto será la playa – dijo Pablo echando arena de su cubo en la esquina entre la pared y el borde de la bañera.

Papá cogió la gran caracola blanca que guardaba en el salón y dijo acercándosela con ternura al oído a la sirena:

- Y aquí dentro encontrarás un poco de mar… -

La sirena escuchó el mar en la caracola y por un momento sus ojos brillaron. Tomó la caracola con sus manos y miró con extrañeza por su agujero, sin entender cómo en aquella caracola tan pequeña podía estar el mar tan grande… Volvió a ponerse la caracola en el oído y suspiró hondo, muy hondo, con nostalgia, cerrando los ojos. Así la vió papá quedarse dormida, oyendo el mar.
(continua el 31 de enero, aquí)

domingo, 25 de enero de 2009

La sirena (I)


Pablo y Ana fueron a pescar al rompeolas. Aquella tarde no picaba nada, estaban a punto de marcharse cuando al final picó uno. Debía de ser un pez muy grande, pues pesaba mucho, tuvieron que tirar los dos de la caña hasta poder sacarlo. Pero lo que habían pescado no era un pez, sólo tenía cola de pez, pues se trataba de una sirena. Estaba inconsciente, con los ojos cerrados y muy pálida. El único color estaba en su cabello rojo y en la cola escamosa de irisados azules, verdes y plata. La metieron en el cubo y la llevaron a casa con gran esfuerzo, cogiendo ambos del asa, cada uno con una mano.

Una vez en casa, la pusieron en la bañera. Llenaron la bañera de agua, pero la sirena seguía inconsciente. Pablo sabía que estaba viva, le había oído el corazón latiendo muy flojito, pero todavía latiendo. Ana pensó que quizá necesitaba agua de mar y Pablo decidió echar un paquete de sal. Pero no debía ser lo mismo, porque la sirena siguió sin despertar y además su pelo comenzó a perder el color rojo y se volvió blanco.

Fueron a buscar agua de mar con el cubo de pescar, con el cubo de fregar, con las garrafas de agua de plástico. Un cubo grande y una garrafa de agua trajeron cada uno, vaciaron la bañera, volvieron a poner el tapón y echaron el agua de mar. Le mojaron la cara y los labios con el agua de mar, y por fin la sirena abrió los ojos. Los miró, asustada, con sus ojos azul verdosos, contempló aquel extraño lugar en el que se encontraba: un barreño blanco y alargado con cortinas de plástico, y rodeado de una pared fría, dividida en un mosaico de cuadraditos blancos, y en alguno de los cuadrados había un pez azul o una estrella de mar. Pero ni las estrellas de mar ni los peces eran de verdad y los niños que la miraban no tenían cola de pez…
(continua el 29 de enero aquí)

viernes, 23 de enero de 2009

Gaza

GAZA, 17 de enero, 2009


Un niño salió a la calle, asustado, al oír los aviones que portaban las bombas asesinas. Alguien le dijo que las escuelas de la ONU eran un refugio seguro, que ellos no se atreverían a arrojar allí sus bombas. Corrió hacia allí, pero las bombas llegaron antes que él. Los cristales saltaron, vio el fuego desde fuera, se tiró al suelo, cerró los ojos. Parte del edificio se derrumbó.
Otros niños han perdido en esa escuela su vida. Los vio salir de ella con sus propios ojos, vio a los heridos, a los muertos, en brazos de otros hombres. Ahora ya no sabe adonde ir, pues no hay ningún lugar que ellos respeten, ni hospitales ni escuelas ni nada.

Hay miedo en sus ojos, desamparo. Y ese miedo se convertirá en odio. Sale de la ciudad en busca de un lugar donde esconderse, donde no le encuentren las bombas. Un lugar donde poder vivir, pues ahora solo es posible sobrevivir.

¿Pero sobrevivir, hasta cuando?

¿Cuándo llegará el próximo ataque que le arrancará la vida?

* * *

Muchos nos preguntamos: ¿Quién puede justificar una matanza de más de mil personas, niños y civiles en su mayoría, para defenderse? ¿Cinco mil heridos arrastrándose por las calles?

Nadie en este mundo se atreve a parar la venganza militar israelí. Todos callan ante las palabras de Tzipi Livni.

Y los que alzan la voz no consiguen llegar a los oídos de los responsables.

¿Cuándo alguien con suficiente poder gritará por la paz en el mundo?
* * *
Y para ilustrar esta entrada, tomo prestada la siguiente foto publicada en el pais

viernes, 16 de enero de 2009

Colores en la calle




Cuando la calle se viste de colores y proclama sus reivindicaciones