miércoles, 23 de abril de 2008

Un niño llamado Jorge

Ya se oían los petardos rompiendo el cielo. El dragón se acercaba por el paseo Independencia, era enorme, su cabeza de cartón piedra sobrepasaba el cuarto piso de los edificios, su larga cola verde medía más de diez metros. Echaba humo por los orificios de la nariz y la multitud lo aclamaba a su paso. Así celebramos en Aragón el día de nuestra comunidad, San Jorge, nunca puede faltar un dragón. Entre el sonido de los cohetes, la música de los tambores, los clarines y las dulzainas, se alzaban los gritos del público cuando la cabeza del dragón se les acercaba, embistiendo. Todo era alegría, todo excepto alguien a mis pies, que se escondía. Era un niño de unos ocho o nueve años. Tenía unos ojos oscuros y penetrantes, que te atravesaban con la mirada. Creí que tenía miedo.
- No te escondas - le dije -, que este dragón es bueno.
No me hizo caso, seguía escondiéndose.
- Mira, que es muy gracioso - insistí.
- Si lo miro, lo mataré – replicó muy serio.
- Vamos, no digas eso. ¿Cómo va a matar un dragón un niño tan bueno como tú?
- Es que yo me llamo Jorge – y añadió muy convencido: - Yo soy quien va a matar ese dragón. Siempre ha sido así.
- No todos los Jorges matan dragones. Mira, ya viene San Jorge, ese es el Jorge que tiene que matar al dragón - le dije señalando el alto muñeco, manejado con cuerdas, que representaba al caballero y que se acercaba por nuestra derecha.
El niño me miró con ojos ilusionados.
- Quizá pueda matarlo a él, en vez de al dragón.
El chico se quedó mirando al caballero fijamente, San Jorge volvió la cabeza hacia él. Los ojos del chico se clavaron en los ojos de San Jorge, penetrando por los orificios de su yelmo. La cabeza de San Jorge permaneció inmóvil, rígida, durante unos instantes, sus ojos absorbidos por los del niño. Unas llamas prendieron repentinamente los ojos de San Jorge, se extendieron por su cabeza y por todo su cuerpo.
La unidad de bomberos, con sus sirenas clamando al viento, acudió a apagar el fuego.
El dragón culebreaba delante del caballero, ajeno a su muerte, feliz y rebosante de vida.
La gente se apartaba del fuego, gritando. Pero el niño permaneció quieto y yo a su lado, mirándolo con inquietud. El niño sonreía. Aquel año, por fin, había conseguido salvar al dragón. Ya no sería más un matador de dragones. A partir de aquel día lo llamarían Jorge, el salvador de dragones.

martes, 22 de abril de 2008

Caraplatos












Estos son algunos "caraplatos" que creamos entre mis hijos y yo en el buffet libre de un hotel de Menorca, durante nuestras vacaciones en el año 2005. Cada día, un caraplato diferente y apetitoso...
Daba pena comérselos, pobrecitos. El último parece saber que su destino es nuestro estómago, por eso tiene esa cara de susto y pone una mueca de horror cuando nos acercamos a él.
¡Qué os aproveche!

sábado, 19 de abril de 2008

San Jorge, día del libro

El próximo 23 de abril, San Jorge, día de Aragón, los libros saldrán a la calle para que todos los veamos y los disfrutemos. No es que los libros tengan patas y echen a andar hasta el paseo Independencia, es que hay unos señores, los libreros, que montan unos puestos en el paseo y ponen allí los libros. Es la gran fiesta de los libros, que a todos los aragoneses nos gusta celebrar.
Yo también estaré en uno de esos puestos, así que si queréis una dedicatoria de alguno de mis libros, ya sabéis donde me podéis encontrar: en el puesto de la librería Titirinela, frente al Heraldo de Aragón.

sábado, 5 de abril de 2008

Palabras de Caramelo

Acabo de leer un libro de Gonzalo Moure, El síndrome de Mozart. Como todos los libros de este autor, me ha cogido desde la primera página, he entrado en esa historia magnífica de música y sentimientos y no he podido parar de leer. Es un libro que está incluido en una colección juvenil, Gran Angular de SM, pero en realidad no debería encasillarse ahí, cualquiera puede leerlo sin avergonzarse de haber pasado la edad juvenil. Aunque los protagonistas sean jóvenes, los sentimientos no tienen edad, y Gonzalo Moure, nos hace vivirlos con intensidad. Un maravilloso tratamiento del significado de la música, de su lenguaje y de la comunicación a través de ella. Aparte de darnos a conocer el universo de los que padecen el síndrome de Williams, niños retrasados que tienen un especial don para la música.
Todos los libros que he leído de este autor me han impresionado. Para más chicos (pero siempre recomendado para mayores también), os recomiendo el primer libro que leí de él y mi preferido: Palabras de Caramelo. Trata de un niño del Sahara, sordo, que tiene una cría de camello. El niño lee en los labios del camello (igual que hace en las personas) lo que el camello le cuenta. Y escribe poesías con las palabras que le dice Caramelo (que es el nombre de su camello). Es un libro tierno y magnífico, que nos pone el corazón en un puño y nos hace escapar la lágrima en algunos momentos.
También he leído El oso que leía niños y El vencejo que quiso tocar el suelo y Lili libertad. Encontraréis en ellos grandes historias, llenas de vida, ternura y empeño en conseguir lo que se quiere, aunque siempre haya dudas y dificultades en nuestro camino.

viernes, 4 de abril de 2008

Encuentro en La Muela

Esta tarde he tenido el encuentro con los chicos del colegio de La Muela. Nada más llegar me han dado un hermoso recibimiento, un grupo de chicas han bailado un baile que habían estado preparando durante varios días. La verdad es que ha sido una sorpresa, cuando voy a un colegio suelo llevarme las sonrisas y las preguntas de los niños, pero nunca me habían ofrecido sus bailes, y esta vez tengo este otro recuerdo para atesorar en mi memoria de buenos momentos.





Había un montón de chicos, desde 3º a 4º de Primaria, unos ciento y pico chavales que habían leído el libro Dragón busca princesa. Han hecho muchas preguntas sobre el libro y sobre los personajes, queriendo llegar al fondo de mi inspiración, saber por qué la bruja Parla Parloti es buena, por qué al dragón Waldo le gusta la princesa valiente y no las otras princesas de cuento, por qué escribo para niños… Creo que todos, tanto los chicos como yo, hemos pasado una tarde estupenda, en la que ha sido posible el intercambio: ellos han conocido algo más sobre mí y sobre mi cuento, yo de ellos me llevo su curiosidad, sus muestras de interés por lo que han leído, su afecto.

Esther, la bibliotecaria de La Muela, ha sido quien ha organizado este encuentro; luego me ha enseñado la biblioteca, que me ha gustado mucho, tiene un cierto sabor antiguo con sus estanterías regias en madera oscura llenas de libros. La verdad que dan ganas de leer en este ambiente tan recogido y agradable. Los chicos de este pueblo tienen mucha suerte de contar con este sitio maravilloso donde encontrar cuentos e historias.

Desde aquí os mando besos a todos: para los chicos, para Esther y para los profesores.

domingo, 30 de marzo de 2008

La pesca



Un pájaro me miraba desde el escritorio, era un martín pescador. Se tiró en picado al teclado del ordenador y pinchó con su pico las letras "P" "E" "Z". Se las tragó y volvió a su rama, sobre mi escritorio.
Ahora tengo tres huecos: uno en el lugar de la P, otro en el de la E y el tercero en la Z. Por esos agujeros saltan peces que se cuelan en las historias de mi ordenador. Cuando el martín pescador tenga hambre, se lanzará sobre ellos. Mientras, los peces siguen saltando y riéndose, creyéndose seguros entre las letras de mis cuentos.
- La acuarela es de mi hija Elena -

sábado, 29 de marzo de 2008

Los globos perdidos





Juan perdió su globo de gas. La cuerda se le escurrió de las manos, intentó cogerlo saltando, pero se le escapó. El globo subió muy alto, hasta las nubes y desapareció. Juan lloró por su globo perdido. Era tan bonito, rojo y alargado como una pera, brillante…
Juan compró todos los globos de gas de todos los vendedores de la plaza. Se los puso en la mano y salió volando con ellos.
Fue así como llegó al país de los globos perdidos. Aquel país estaba lleno de los globos que los niños habían perdido. Allí encontró a su globo rojo. Juan creía que los globos estarían libres pero no era así: alguien los tenía encerrados en una habitación muy grande, de paredes blancas. Parecía un hospital.
Los globos estaban tristes porque querían volver con los niños que los habían perdido pero no les dejaban salir de allí. Estaban todos amontonados, demasiado juntos unos con otros, sin sitio para moverse, para volar. Lo que más deseaban los globos era volar. O pasear atados de la cuerda en la mano de un niño, como quien saca a pasear a un perro muy amado. Un niño, que con ilusión y una gran sonrisa, miraba su globo, expresando su felicidad. Lo que más les gustaba a los globos era hacer felices a los niños.
Juan se encontró con un muchachito que llevaba un zurrón cruzado al hombro.
- Hola, me llamo Juan. ¿Quién eres tú?
- Soy Teo, el pastor de globos - le contestó el muchacho.
- ¿Pastor de globos?
- Sí - dijo el chico – debo cuidar los globos y que no falte ninguno para mi señor, el gran ogro de los globos.
- ¿Quién es ese ogro?
- Es un ogro enorme que sólo come globos. Se pone muy contento cuando un niño pierde su globo. El globo sube hasta aquí y yo lo recojo. Lo uno al rebaño. Y cuando el ogro tiene hambre, se come con su enorme boca todos los globos que quiere.
Juan miró con tristeza todos aquellos globos tan hermosos, que acabarían en la tripa de un horrible ogro. Pero en vez de echarse a llorar le dijo al pastor.
- Quiero ayudar a estos globos a escapar de aquí.
- Es imposible – le dijo el pastor –, el ogro te matará si te descubre.
- No me encontrará. Los globos me ocultarán.
Juan se escondió entre los globos. Había tantos que era imposible verlo.
El ogro llegó, era muy gordo, tenía una larga y gruesa cola que flotaba en el aire. Estaba muy hambriento, abrió mucho su boca y comenzó a tragar globos. Era un glotón. Los globos estallaban en su boca: ¡bum! ¡bum! Y su tripa se llenaba de aire, hinchándose, hinchándose.. Juan observó como con cada globo su cuerpo se hinchaba más y más, como si fuera un globo gigantesco. Eso le dio una idea.
El pastor sacaba un rato a los globos por la tarde, atados, a tomar el aire. Juan le pidió al pastor:
- Necesito que me traigas un paraguas.
El pastor le dio su paraguas.
- ¿Qué vas a hacer? – le preguntó.
- Ya lo verás.
Juan volvió a ocultarse entre los globos. Aquella noche, cuando el ogro volvió y comenzó a tragar globos, Juan se acercó por su espalda y le clavó el paraguas. Se oyó un ¡bum! estruendoso. De su cuerpo comenzó a salir el gas con un ruido así: ¡fiiiuuuu! Su enorme boca se deformó en una mueca retorcida y cuando todo el aire salió de su cuerpo, se quedó convertido en un plástico derrumbado sobre sí mismo. El ogro era un globo gigante que se alimentaba de globos.
Con ayuda del pastor, Juan devolvió los globos a la tierra. Los niños lo recibieron con alegría: todos recuperaron sus globos, volvieron a llevarlos atados con una cuerda a sus muñecas y sonreían al verlos flotar sobre sus cabezas.
Y los globos volvieron a ser felices en las manos de los niños, aunque les seguía gustando escaparse, libres por el cielo, cuando alguno se despistaba y lo soltaba de su mano. Pero ya no había ningún monstruo que se los tragara.