Pero nunca, sin
saber bien por qué, dejarán de mirar hacia arriba. Con soberbia. No pueden
recordar el momento en que los arrebataron de sus cunas, pero llevan en sus genes
ese brillo rebelde que destella en su mirada. Qué empeño nuestras mujeres en
sacar adelante a estas crías de lobo, de las que solo podíamos esperar
dentelladas. Se derritieron de ternura cuando las miraron a los ojos: “Son solo
niños”, dijeron. Y los dejamos vivir en nuestras casas, comer en nuestras
mesas, dormir a nuestro lado; los tratamos igual que a nuestros hijos, y así
nos lo agradecen. Ojalá los hubiéramos matado entonces, como a sus padres.
* * *
Un relato para el concurso REC.
No se podría esperar otra cosa... Muy bueno tu relato.
ResponderEliminarBesicos muchos.
gracias, Nani, sí es lo que se merecen. Un abrazo
ResponderEliminarEs toda una carga de profundidad. Suerte.
ResponderEliminarNo hubo mucha suerte, Miguel Ángel, pero no fue un mal intento... Un abrazo
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