No pueden evitar
asomarse en cuanto salimos a pasear por el bosque, curiosos y anhelantes, pero
enseguida echan a correr como conejos, como si no estuvieran deseando saborear
la canela de nuestra piel. Siempre logramos cazar una docena: no solo los que
no corren demasiado, también el hombretón babeante ante nuestros pechos
desnudos, incluso algún osado Apolo cuyos ojos
nos dicen que pretende disfrutar de nosotras y luego escapar. Por la
noche comemos y bebemos, la música de los tambores nos incita a un salvaje
placer y los hombres responden bajo nuestros cuerpos olvidándose en ese momento
infinito de su destino. Los acariciamos, los besamos, los poseemos con la
delicadeza de las hadas y con los zarpazos de las panteras; las pócimas y los
ungüentos hábilmente aplicados consiguen encender de nuevo su deseo y recuperar
su potencia sexual para que sigamos amándolos durante toda la noche. Y una vez
abandonados, exprimidos y exhaustos, en ese paréntesis de la vida que queda
suspendido en el aire y se confunde con la muerte más dulce, la mano de las
sacerdotisas ejerce su poder sagrado, y los despojan de su último aliento con
un beso y una daga que les roba el corazón.
* * *
Con este relato participo este mes en esta noche te cuento. Podéis verlo por allí aquí
Pleno de metáforas que hacen espejo de realidades.
ResponderEliminarMuy brillante Puri.
Parece que el verano ha puesto muchas de nuestras mentes a hervir.
Gracias, Carlos. Las mentes hierven, las plumas corren sobre el papel.
ResponderEliminarun abrazo
Me ha gustado. Muy buen relato. Un bosque con erotismo y misterio.
ResponderEliminarGracias, Luciano, el bosque, el erotismo, es una buena mezcla. Besos de chocolate!
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