domingo, 30 de noviembre de 2008

violetas en flor



A nuestras violetas africanas les gusta florecer en otoño. Flores y más flores que alegran mi mesa de trabajo. Con el frío que hace fuera, ellas aprovechan el solecillo que entra por la ventana y que caldea esta habitación.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Concierto contra toses y estornudos


"Señoras y señores, el concierto va a comenzar. Por favor, desconecten sus teléfonos móviles y las señales de alarma de sus relojes. Mitiguen, en lo posible, las toses y demás ruidos que perturben la concentración de los intérpretes y del público en general. Gracias".

A continuación, el cuarteto salió por la puerta derecha del escenario, ocuparon sus sitios tras los atriles y saludaron al público con una inclinación de cabeza que parecía recoger los aplausos de bienvenida. El breve afinado de los instrumentos fue coreado por las últimas toses del público, pero en cuanto el primer violín hizo un gesto con su mirada a los demás intérpretes y alzó ligeramente el arco del instrumento, el público guardó silencio. No se oía ni una mosca (afortunadamente no permiten la entrada a moscas en un auditorio) y hasta el público parecía contener la respiración. El primer violín rompió el silencio con un solo de cinco compases, tras los cuales se le unieron la viola, el segundo violín y un nostálgico violonchelo que cantaba bajo y delicado. El auditorio se llenó de la magia de la música. La gente no se movía de los asientos, pero muchos viajaban, viajaban sobre la melodía que los elevaba hacia el cielo, sus espíritus transportados muy lejos, hacia un país de ensueño. Tanto fue así, que algunos cayeron en un ligero dormitar. Y el señor del bigote, de tan relajado que se encontraba, soltó un par de ronquidos, que despertaron a todos los bellos durmientes de alrededor. Menos mal que a su lado estaba su atenta esposa que, avergonazada, le propinó un codazo en el costado para devolverle al mundo de los vivos, a la sala de la armonía, con lo que cesó de roncar.

El violonchelo llevaba la voz cantante, un pianísimo delicado que susurraba notas ensimismadas sobre los violines casi amordazados, cuando una tos ametralló el escenario y rebotó en sus paredes forradas de madera. El violonchelo pareció caer mal herido, pero se recuperó en un instante, tomó aliento y sonó con más fuerza, luchando contra aquella tos persistente que no cesaba de bramar. Acudieron en su ayuda los violines, su crescendo llenó el aire y hasta la viola gritaba: ¡Qué se calle esa tos, que se calle! Al fin vencieron los instrumentos y la tos fue superada en intensidad por la música, aunque solo se extinguió por propio agotamiento, para desesperación de sus vecinos de asiento, que no llevaban un miserable caramelo con que ahogarla.

Después del primer tiempo, un mar de toses inundó todo el patio de butacas. Los intérpretes aguardaron unos segundos, lo que tardaron en hacer dos hondas inspiraciones, y arremetieron sin piedad con el segundo tiempo, una marcha fúnebre que asesinó fulminantemente todas las toses, sumiendo al público en un silencio contenido. Pero fue por poco tiempo, pues toda contención estalla de un momento a otro y pronto las toses contagiosas comenzaron a corretear y a perseguirse de aquí para allá por todo el patio de butacas. En la primera fila de platea se arrojaba al suelo del escenario la débil tos de una viejecilla, en la quinta fila del palco le contestaba un joven barbudo, en el anfiteatro, el hombre de la bufanda al cuello (que mejor hubiera estado en su camita con un vaso de leche bien caliente y miel) les tomaba el relevo con su tos bronquítica. Sin embargo la concentración de los artistas era impresionante. Parecía que existiese una cápsula transparente que los aislaba, pues una vez inmersos en la ejecución de la obra ya nada podía apartarlos del fiel seguimiento, profundamente sentido, de la partitura. La música, a pesar de todos los obstáculos, vencía a los sonidos inármónicos y exasperantes. Y entre el público había quien trataba también de abstraerse y llenarse únicamente con la música, para obviar aquel desbordamiento de toses nerviosas y acatarradas, y algunos incluso lo conseguían.
Hubo un pasaje de gran tensión, cuando el violonchelo entró en duelo con el bronquítico de la bufanda; el hombre tosió y el arco del violonchelo le dio una estocada en el hombro; pero el señor volvió a empuñar su tos y como respuesta los acordes le infligieron una profunda herida en el bazo; aun así tosió una vez más aunque ya más débil y el violonchelo contraatacó con un sol bemol que se le clavó en el corazón. Entonces se oyó un aaaaggg... entrecortado, que se extinguió con el consiguiente acorde en Si menor, prolongado por un calderón, tras el cual se hizo el silencio mortal correspondiente al final del segundo tiempo.
En el siguiente descanso antes del tercer tiempo, toses desatadas como canes a los que se les hubiera quitado el bozal ladraron en la sala. Pero el tercer tiempo entró con ímpetu: la avalancha de un presto desbordante de los cuatro instrumentos, lleno de vida y de notas correteantes, enmudeció aquella rebelión canina. Pero no caabó aquí la batalla, al cabo de unos compases de alegre y cantarina tranquilidad, se escuchó una tos tan profunda que llenó todo el auditorio, y le siguió otra tos como un eco en la esquina opuesta. Los violines comenzaron a vibrar de tal modo, que las paredes del auditorio comenzaron a temblar. Con la vibración, acrecentada por la viola y el violonchelo, las paredes se agrietaran. Fue entonces cuando entró en la sala el murmullo del tráfico. De la sexta fila de platea, nació un estornudo, cuyo aire hizo volar las partituras de los músicos, pero ellos continuaron veloces y contentos con su prestissimo imparable, gracias a su memoria musical infalible y ensimismada y la música se extendió triunfalmente por la sala, más fuerte que nunca, era como si el ruido que invadía la sala les hubiera hecho subir el volumen a los instrumentos de tal modo que más parecía que estuviera tocando una orquesta sinfónica que un cuarteto.

Hubo un segundo estornudo, más fuerte que el anterior, que levantó los cabellos del público y alcanzó la barba del violinista que ascendió hacia el techo; entonces también la música ascendió como impulsada por ese soplido y miles de fusas y semifusas, apoyándose en una blanca de violonchelo, empujaron el techo de la sala, hasta hacerlo saltar volando. La siguiente tos consiguió que la música enloqueciera, girando en un torbellino y que terminara derrumbando las paredes. La sala quedó de ese modo bajo el cielo estrellado y la música se elevó para jugar con los astros brillantes, enredándose con la armonía de las leyes gravitatorias. La música llenó la avenida, la gente que pasaba detuvo sus pasos para escucharla embelesada, los conductores frenaron sus coches y bajaron las ventanillas para oír mejor la melodía del cuarteto que inundaba la calle y el aire y el cielo… Hasta los niños dejaron los gritos de sus juegos y se hizo un vacío en el que la música de un cuarteto se adueñó de la ciudad entera, donde todos y cada uno de sus habitantes tarareaban en su mente aquella melodía y seguían con los pies su ritmo arrebatador, con las estrellas en el cielo bailando al son de aquella música y las luces de colores de los semáforos siguiendo el ritmo con su encendido y apagado intermitente. Tras el acorde final del prestissimo revolucionado, se hizo un silencio total y absoluto, un silencio que inmovilizó a las personas de aquella ciudad como estatuas, un silencio que se tragó para siempre, como un agujero negro, todas las toses, estornudos y ronquidos de todos los conciertos del mundo.

Mirarse en las pupilas


Esta noche hemos acabado Pedro y yo el libro Un esqueleto en el armario de Manuel L. Alonso. Un libro sencillo sobre un niño de la posguerra que está enfermo. En su larga enfermedad se entretiene con unos tebeos de una bruja que alguien (no sabe quién) le ha traído. En esos tebeos está también escondido un mensaje cifrado, que el niño con ayuda de un amigo descifrará. Descubrirá también un secreto de su familia y a una tía y una prima nuevas a las que por fin podrá abrazar. Una historia con un fondo de ternura, quizá no muy del estilo de estos tiempos que corren.
A Pedro le ha gustado y a mí me ha recordado, dicho con palabras textuales del libro "mi viejo juego de verme reflejado en las pupilas de otros". Yo recuerdo la magia de ese extraño espejo que eran los ojos de mi madre, en donde yo me veía, chiquitita, chiquitita, pero con todo detalle. Quizá haya que ser niño o estar recién enamorado, para jugar a ese juego, pues hace muchos años que dejé de practicarlo. Tal vez sea hora de comenzar a jugar con la pupilas de nuestros seres queridos de nuevo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El pequeño teatro de los libros



El sábado por la mañana descubrimos una librería nueva, es todavía un bebé, abrió sus puertas en agosto de este año, así que solo tiene unos meses. Se trata de un espacio en el que los libros se encuentran muy a gusto, no solo por el acogedor mobiliario donde están expuestos, sino porque se realizan un montón de actividades relacionadas con el mundo de la lectura y los libros. Se llama El pequeño teatro de los libros y se encuentra en el corazón del barrio de las Fuentes de Zaragoza.

En esta librería se representa teatro infantil, se hacen presentaciones de libros, encuentros con autores, puedes tomarte un café cómodamente sentado en un silloncito mientras consultas un libro y sus libreros son muy agradables y atentos con los lectores que se acercan por allí.

El sábado estuvimos viendo una representación de teatro infantil del grupo Pingaliraina. Representaron un par de cuentos de Fernando Lalana: Un príncipe algo rarito (cuento donde Fernando le da la vuelta a la manida historia de los príncipes y las ranas) y el archiconocido en Aragón Te quiero Valero (con sus encantadores Valero, el dragón, y la princesa Pilarín). Los Pingaliraina estuvieron muy divertidos y al final estuvimos cantando una divertida canción de una curiosas planta que decía así:
Esta es la canción de la planta Renata
que mi madre compró bastante barata,
le gusta el jamón y las fresas con nata
pero lo que más le mola es la tortila de... ¡patata!


La foto de arriba es bastante desastrosa y no le hace mucha justicia a la librería, en ella podéis ver una muestra de la representación de Te quiero Valero. La verdad es que estaba tan encantada viendo la obra, que cuando me puse a hacer fotos ya era demasiado tarde y el resultado, como podéis ver, está bastante movidito. Tampoco hice fotos de la librería, bueno, otro día será, podéis verla mejor en su blog: pequeñoteatrodeloslibros. Y lo mejor es que os paséis un rato por allí a disfrutara de los libros.


La librería es muy espaciosa, tiene una super-mesa-escenario de forma circular en la que se exponen los libros, pero también puede servir de tarima de escenario. Los cortinajes rojos por aquí y por allá, le dan un toque diferente al conjunto, aparte de que sirven de telones de representación, de escondite para sillas plegables... Las estanterías de libros tienen ruedas para trasladarlas de un lugar a otro según las necesidades de los actos que se celebren. En fin, un lugar muy bien pensado, multifuncional, para hacer las delicias de los libros, del teatro, de los ilustradores y de los lectores...

Hacía falta un lugar así en Zaragoza y para los vecinos del barrio de las Fuentes, un auténtica suerte. ¡Ya me gustaría tener una librería así cerca de casa!

domingo, 16 de noviembre de 2008

Viento de otoño


(pinchar para ampliar)

Viento de otoño,
regalan hojas secas
tus manos frías

viernes, 7 de noviembre de 2008

Una rosa para Marta


He comprado una rosa para Marta, seguro que le gustará, nunca le he regalado flores, me siento un poco ridículo regalándole flores, parece algo como de otro tiempo, pero en el fondo sé que le gustará, seguro que le gustará. Cojo el autobús, paso la tarjeta con la mano derecha, llevo la flor en la izquierda, afortunadamente no hay demasiada gente, porque de lo contrario la rosa acabaría aplastada. Puedo incluso sentarme, sujeto la rosa con delicadeza, no sé llevar una rosa, vuelvo a sentirme ridículo, la rosa me hace sentir fuera de lugar. Frente a mí, una abuela mira la rosa y me sonríe, quizá se acuerda de esa flor que le regaló su novio cuando tenía dieciocho años y vuelve a sonreírme encandilada con el recuerdo. Yo miro la rosa y la miro a ella de nuevo, me arremete un impulso y le digo:
- Tome, para usted.
- No por favor... - dice ella. – Regálasela a tu novia.
- Es para usted.
Me levanto y bajo en la siguiente parada y la abuela se queda en su asiento con la boca medio abierta, y los ojillos brillantes, pensando que estoy loco, que es un desperdicio regalarle una rosa a una abuela. Pero la abuela está feliz, sé que es feliz con mi rosa, y con todos los recuerdos que le trae esa flor, y yo termino el recorrido caminando mejor que en el autobús, porque así tengo tiempo para pensar en Marta, pensar cómo voy a decirle que le he comprado una rosa y que se la he regalado a la primera abuela que me he tropezado en el autobús. Para una vez que me decido a regalarle flores…
Marta se reirá o me dará un tortazo, pero yo nunca podré olvidar la sonrisa amable de esa abuela, que estaba deseando tener otra vez una flor entre sus dedos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La gallineta, para Gustavo Aimar




Gustavo Aimar, para celebrar el segundo aniversario de su blog de ilustración, nos propone en su bloganiversario dos realizar una versión del dibujo de un pájaro, con una ilustración o un texto.


Pasaros por su blog y por el bloganiversario dos para ver los estupendos trabajos que por allí llegan.



Le he enviado la gallineta de arriba con la siguiente historia, que se me ocurrió nada más ver su pájaro de dos cabezas:



La gallineta


La gallineta encontró un agujero en el corral. Por allí podía escapar, ¡por fin, la libertad!
Pero cuando miraba a través del cercado, no sabía adonde ir.
En el norte hacía frío, en el sur calor.
En el este países de leyenda, en el oeste monstruos horripilantes.
Iba hacia delante y le daba un pánico infernal, pero si volvía atrás, encontraba el aburrimiento mortal.
Se quedó dando vueltas y más vueltas en el gallinero, sin saber qué hacer.
Desde el agujero se veía, muy lejos, la playa y el azul del mar. Y su corazón aventurero se preguntaba:


¿Qué habrá más allá del mar?


Pero el mar era imposible, pues la gallineta no sabía volar.


Por fin se atrevió a una cosa: ¡se atrevió a soñar!


Y voló para adelante
y voló para detrás
y flotaba sin esfuerzo,
y corría sin parar…


Vio pájaros, gatos y torres,
vio campos, vio rosas, vio amores,
vio un mundo nuevo
que la esperaba sin miedo.


Y descubrió que la vida,
la de verdad, estaba afuera.


Al despertar, sus patitas
la llevaron fuera del corral.


Allí encontró éspigas de trigo,
la envolvió el perfume de la flor,
y supo en ese momento
que daba igual norte que sur,
este que oeste,
lo único que importaba era andar.

flores de otoño




Abren sus brazos
las flores de otoño
buscando el sol




domingo, 2 de noviembre de 2008

Dragón busca princesa en club Kirico

Este trimestre, el club Kirico nos presenta una guía de libros en los libros, es decir cuando los libros se convierten en protagonistas de una historia. En esta página de Kirico encontraréis la guía en pdf, que podéis descargar o consultar en la web del club.
Dentro de ella aparece mi libro Dragón busca princesa (pinchad en Dragón para llegar a la página), ya que mi querido dragón Waldo sale de un libro al mundo real y vuelve a otro libro para buscar a una princesa, donde se enreda en una nueva aventura con los otros personajes del cuento.
Encontraréis en la guía sugerencias de libros divertidos y jugosos, como el clásico de Roald Dahl Matilda, y muchos otros más.
¡Felices lecturas de libros dentro de libros!